martes, 25 de noviembre de 2014

Cinco caminos de conversión


Lunes de la trigésima cuarta semana del tiempo ordinario
Leer el comentario del Evangelio por
San Juan Crisóstomo (345?-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Sermón sobre el diablo tentador
«Lo ha sacado de su indigencia»
He aquí los cinco caminos de conversión: primero la reprobación de nuestros pecados, después el perdón concedido a las ofensas del prójimo; el tercero consiste en la oración; el cuarto en la limosna; el quinto en la humildad. No te quedes, pues, inactivo, sino que sigue cada día todos estos caminos; son caminos fáciles y no puedes poner como pretexto tu miseria.

Porque, aunque tú vivas en la mayor pobreza, puedes abandonar tu cólera, practicar la humildad, orar asiduamente y reprobar tus pecados; tu pobreza no es obstáculo para nada de ello. Si es verdad que en este camino de conversión se trata de dar sus riquezas, la misma la pobreza no nos impide de cumplir el mandamiento. Lo vemos claramente en la viuda que daba sus dos pequeñas monedas.

Ahí tenemos cómo curar nuestras heridas; apliquemos el remedio. Retornados a la verdadera salud, acerquémonos apresuradamente a la mesa santa y con gran gloria vayamos al encuentro del rey de la gloria, Cristo. Obtengamos los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la bondad de Jesucristo nuestro Señor.

domingo, 19 de octubre de 2014

Silencio-oración-fe-amor-servicio-paz Madre Teresa de Calcuta

"El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz"

Sermones de San Antonio de Padua

http://www.franciscanos.net/maestros/sermones%20de%20san%20antonio.htm

Comentario de San Antonio de Padua a "dar al César lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios"


"¿Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna." Jn 6, 68


!SUSCRIBIRSE!

Registra su correo (sin cargo)


Confirme su correo















Vigésimo noveno Domingo del tiempo ordinario
Leer el comentario del Evangelio por
San Antonio de Padua (1195-1231), franciscano, doctor de la Iglesia
Sermones para el domingo y las fiestas de los santos
«Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro» (Sl 4,7)
De la misma manera que esta moneda de plata lleva la imagen del César, igualmente nuestra alma es imagen de la Santa Trinidad, según lo que se dice en el salmo: «La luz de tu rostro está impresa en nosotros, Señor» (4,7 –LXX)... Señor, la luz de tu rostro, es decir, la luz de tu gracia que establece en nosotros tu imagen y nos hace semejantes a ti, está impresa en nosotros, es decir, impresa en nuestra razón, que es el poder más alto de nuestra alma y recibe esta luz de la misma manera que la cera recibe la marca del sello. El rostro de Dios es nuestra razón; porque de la misma manera que se conoce a alguien por su rostro, así conocemos a Dios por el espejo de la razón. Pero esta razón ha sido deformada por el pecado del hombre, porque el pecado hace que el hombre se oponga a Dios. La gracia de Cristo ha reparado nuestra razón. Por esto el apóstol Pablo dice a los Efesios: «Renovad vuestro espíritu» (4, 23). La luz de la que trata este salmo es, pues, la gracia que restaura la imagen de Dios impresa en nuestra naturaleza...

Toda la Trinidad ha hecho al hombre según su semejanza. Por la memoria se asemeja al Padre; por la inteligencia, se asemeja al Hijo; por el amor se asemeja al Espíritu... En la creación el hombre fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26). Imagen en el conocimiento de la verdad; semejanza en el amor de la virtud. La luz del rostro de Dios es, pues, la gracia que nos justifica y que revela de nuevo la imagen creada. Esta luz constituye todo el bien del hombre, su verdadero bien, y le marca igual que la imagen del emperador está impresa en la moneda de plata.

Por eso el Señor añade: «Dad al César lo que es del César». Como si dijera: De la misma manera que devolvéis al César su imagen, así también devolved a Dios vuestra alma revestida y señalada con la luz de su rostro.

©Evangelizo.org 2001-2014

jueves, 19 de junio de 2014

Explicación del Padre Nuestro en Catholic net

http://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=419&capitulo=4836

Documentos de apoyo | Base documental de Catholic.net

Orar como el Hijo Orar como Hijos ¡Upa papá! Elevaciones al Padre Nuestro

Autor: P. Horacio Bojorge
El P. Horacio Bojorge ofrece completamente grátis su libro ¡Upa Papá! Elevaciones al Padre Nuestro, a todos los visitantes de Catholic.net. En él, se adentra en el corazón de la oración, para establecer una relación gozosa como lo hace un hijo con su Padre.
Indice:
• Introducción general
1.- Capítulo Primero: Del "Padre Nuestro" en general
2.- Capítulo Segundo: La invocación filial
3.- Capítulo Tercero: Los deseos de hijo: por ser hijo de cara a ti, oh Padre
4.- Capítulo Cuarto: Lo que necesitamos nosotros tus hijos para seguir siendo hijos tuyos
Orar como el Hijo Orar como Hijos ¡Upa papá! Elevaciones al Padre Nuestro
Autor: P. Horacio Bojorge
Capítulo 1: Capítulo Primero: Del "Padre Nuestro" en general


“La hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad,
porque así son los adoradores que el Padre quiere.
Dios es Espíritu y los que lo adoran deben hacerlo en Espíritu y en Verdad”
(Juan 4,23-24)

“Vosotros, pues, orad así: ¡Padre Nuestro!...”
(Mateo 6,9)

“Fijáos bien en qué clase de amor nos comunicó el Padre
para que nos llamemos y seamos verdaderamente hijos de Dios...
Por eso el mundo no sabe quiénes somos, porque no lo conoce a Él [como Padre]
Nosotros somos, desde ya, hijos de Dios muy amados”
(1 Juan 3,1-2)

“Recibísteis un Espíritu de filiación
que nos hace capaces de exclamar: ¡Abbá! ¡Papá!”
(Romanos 8,15)




1. - EL ‘PADRE NUESTRO’: ORACIÓN SUPREMA


El Padre nuestro es una escuela de deseos para filializar el corazón.
¿Por qué San Mateo nos presenta la oración filial enmarcada por un prólogo y un epílogo?

1) La cumbre y el centro del Sermón de la Montaña es la revelación del Padre Nuestro. La gran revelación. El Padre Nuestro es la radiografía del Corazón filial: del Corazón de Jesús y de cualquiera que quiera vivir como hijo.

2) Jesús solemniza la presentación del Padre Nuestro colocándolo entre un ‘prólogo’ y un ‘epílogo’. El prólogo contiene el consejo de no usar muchas palabras como los gentiles, sino poner el corazón abierto ante el Padre; porque uno, si es hijo, ya sabe que Él conoce nuestras necesidades y deseos: “Y, al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,7-8).

3) Sigue a continuación el texto mismo del ‘Padre Nuestro’.
“Vosotros, pues, orad así:
¡Padre nuestro que estás en los cielos!
¡Santificado sea tu Nombre!
¡Venga tu Reino!
¡Hágase tu Voluntad como en el cielo así también en la tierra!
El pan nuestro de cada día dánosle hoy;
y perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes entrar en la tentación, mas líbranos del Malo. Amén” (Mt 6,9-13)

Es la oración del Hijo, propuesta por él a los que quieran vivir como hijos. Con ella, Jesús quiere enseñarnos deseos del corazón, más que meras palabras o fórmulas de oración vocal. Por eso el prólogo nos avisa que el Padre Nuestro no debe ser un palabrerío. (¡aunque sea un palabrerío cortito!). Ha de expresar, más que palabras, deseos del corazón filial. Nuestro corazón se hace filial en la medida en que le salen espontáneamente, como deseos sinceros y profundos, las peticiones del Padre Nuestro.

4) Después viene el epílogo: “Porque si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”. (Mt 6,14-15).

5) Así como el prólogo enseña que el ‘Padre Nuestro’ no ha de quedarse en mera repetición de palabras sino que debe expresar deseos, el epílogo nos recuerda lo que Jesús ya nos había dicho antes: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan... para que seáis hechos hijos de vuestro Padre celestial... vosotros pues, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,43-48).

6) Para ser Hijo hay que tener un corazón como el del Padre. Sólo así podemos adorar al Padre en Espíritu y en Verdad (Juan 4,23)

¡Jesús, danos un corazón de hijo, semejante al tuyo, para derramar tus mismos deseos delante del Padre como tú lo hacías! ¡Espíritu Santo, dame un corazón filial como el de Jesús, para desear lo mismo que Él!

2. JESÚS MAESTRO DE ORACION FILIAL


Jesús aprendió a orar de María, de José y en su pueblo, pero el Padre lo hizo maestro de una nueva oración para todos los tiempos.

1) El Catecismo de la Iglesia católica (=CIC) nos enseña cosas muy hermosas acerca de la oración de Jesús, nuestro Maestro de oración. Nos dice que Jesús, verdadero hombre, aprendió a orar como aprendían los niños judíos de su época. Jesús los aventajó, sin embargo, porque tuvo una maestra de oración muy especial: su Madre, María santísima. Jesús aprendió a orar de su Madre, que conservaba y meditaba en su corazón todas las “maravillas” del Todopoderoso, las palabras del Ángel Gabriel, los misterios de la concepción y del parto virginales, y tantos otros misterios.

2) Jesús aprendió a orar, además, de su pueblo, en el templo y la sinagoga. Allí aprendió a recitar y cantar los salmos y demás oraciones de los judíos piadosos. Sin duda también san José, varón justo, iniciado también en el misterio de Jesús, le enseñó a orar y a leer las Escrituras, a memorizar y recitar los salmos, a interpretar las Escrituras y a aplicárselos a sí mismo, para cumplirlas celosamente pues le trasmitían la voluntad del Padre. El Espíritu Santo las había inspirado principalmente para Él. Y Él vino a darles cumplimiento hasta el ‘todo está cumplido’ en la Cruz.

3) “Pero – prosigue el Catecismo – su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de doce años: “Yo debo estar en las cosas de mi Padre” (Lucas 2, 49).

4) Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración cristiana, novedad absoluta surgida en la plenitud de los tiempos: “‘la oración filial’, que el Padre esperaba de sus hijos, va a ser vivida ¡por fin! por el propio Hijo único. Va a ser vivida por él en su Humanidad, con sus hermanos, con los hombres y a favor de ellos” (CIC 2599).

5) La oración que nos enseña Jesús en la Montaña es su oración. El Catecismo dice: “El camino de nuestra oración es su propia oración al Padre” (CIC 2607). “No hay otro camino de oración cristiana que Cristo [...] La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre” (CIC 2664). Jesús afirma: “Yo soy el camino, la verdad y la vida... nadie viene al Padre si no es por mí” (Juan 14,6).

6) Nuestra oración al Padre debe hacerse en comunión con Jesús. Cuando lo invocamos como Padre “nuestro”, reconocemos que es el Padre de Jesús y nuestro. Jesús y sus discípulos somos un solo nosotros filial y fraterno ante el Padre. “Nuestra oración, ya sea comunitaria o individual, ya sea interior o vocal, no tiene acceso al Padre más que si oramos ‘en el Nombre de Jesús’” (CIC 2664), y por Él, con Él y en Él, injertados en el nosotros filial.

7) Aunque un cristiano ore solo e individualmente, siempre está unido a la comunión de los santos y se dirige al Padre unido al “nosotros” de la Iglesia y al Jesús glorioso.

8) Jesús no es solamente nuestro Maestro para enseñarnos los deseos expresados en el Padre Nuestro, sino nuestro hermano mayor, para rezarlo siempre junto con nosotros. Es nuestro sacerdote eterno que siempre preside nuestro rezo del Padre Nuestro. Nunca lo rezo solo. Jesús siempre lo reza conmigo y con todos los hijos de Dios dispersos.

¡Jesús, te pido la gracia de rezar siempre al Padre con la conciencia de que oro contigo y todos tus hermanitos más pequeños! ¡La conciencia de que soy miembro de ese gran Nosotros divino humano que ora al Padre con tus deseos! ¡La conciencia de que nunca estoy solo frente al Padre!


3. - RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO


El Padre Nuestro, es una oración única, nos viene del Señor mismo y Él nos da el Espíritu que permite orarla.

1) Al Padre Nuestro se le ha llamado tradicionalmente en la historia de la Iglesia: la oración ‘dominical’. O, lo que es lo mismo: la oración ‘del Señor’ . Esta oración inspirada, de origen divino y revelada por Dios mismo, encierra en sí tesoros de gracia inagotables y es por sí misma la expresión y el camino de la santidad filial.

2) Tertuliano afirma que “la oración dominical es, el resumen de todo el evangelio”. Y recomienda que cualquier oración que hagamos, la comencemos orando de corazón el Padre Nuestro (CIC 2761).

3) San Agustín la considera como el compendio de todas las oraciones bíblicas que las resume todas: “Recorred –dice – todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical”.

4) Santo Tomás de Aquino afirma: “La oración dominical es la más perfecta de todas las oraciones... En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear rectamente, sino que además lo pedimos en el orden de prioridad en que conviene desear cada cosa. De manera que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también nos enseña a querer”.

5) El Espíritu Santo da forma nueva a nuestros deseos. Jesús nos enseña no sólo palabras para repetir, sino deseos del corazón para expresarse en ellas o en otras parecidas. Junto con las palabras filiales nos da el Espíritu Filial para decirlas desde el corazón y como él mismo las pronunció, “con grande clamor y lágrimas” (Hebr 5,7).

6) Efectivamente, sólo quien tiene el Espíritu de hijo puede decirla desde el corazón, como corresponde a ‘verdaderos adoradores que adoran al Padre en Espíritu y en Verdad’ (Juan 4,23), con palabras que son en nosotros ‘espíritu y vida’ (Juan 6, 63).

7) “La prueba y la posibilidad de nuestra oración filial –dice el Catecismo – es que el Padre ‘ha enviado a nuestros corazones el Espíritu del Hijo que clama ¡Abbá, Padre!” (Gal 4,6).

8) Ya que nuestra oración expresa nuestros deseos ante Dios, es también el Padre, ‘el que escruta los corazones’, quien ‘conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios’ (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu” (CIC 2766). Ambas misiones convergen en el Padre Nuestro.

4. - ORAR CON EL DESEO


El Padre Nuestro expresa ansias interiores con gemidos exteriores. Un ardor del corazón filial.

1) ¡Santificado sea tu nombre! ¡Venga tu Reino! ¡Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo! Estas tres exclamaciones expresan el deseo de un corazón filial como el de Jesús, que arde en amor al Padre de quien lo recibe todo como don de Amor y cuya gloria desea ardientemente. Siguen luego otras peticiones que expresan las necesidades propias y de los hermanos. Sobre todo las de los hermanos, cuya necesidad se ve y se presenta al Padre con parecida vehemencia.

2) El deseo del corazón es la más elevada forma de oración y la más grata a Dios. Proviene directamente del Espíritu Santo filial que inspira el Padre en nosotros y que en nosotros aspira al Padre.

3) El salmista se refiere a estos deseos ardientes cuando dice: “Rujo con más fuerza que un león. ¡Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia, no se te ocultan mis gemidos; siento palpitar el corazón...” San Agustín comenta el pasaje diciendo: “No gemimos delante de los hombres, que no pueden ver el corazón, sino [delante de Dios]: ¡todas mis ansias están en tu presencia!. Que tu deseo esté siempre ante el Padre; y el Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Tu mismo deseo es tu oración; si el deseo es continuo, la oración es continua. No en vano dijo el Apóstol: Orad sin cesar. Pero ¿acaso nos arrodillamos, nos postramos y levantamos las manos sin interrupción, y por eso dice: Orad sin cesar? Si decimos que sólo podemos orar así, creo que es imposible orar sin cesar. Existe otra oración interior y continua, que es el deseo. Aunque hagas cualquier otra cosa, si deseas el reposo en Dios, no interrumpes la oración. Si no quieres dejar de orar, no interrumpes el deseo. Tu deseo continuo es tu voz, es decir, tu oración continua. Callas si dejas de amar. ¿Quiénes callaron? Aquellos de quienes se dijo: Por exceso de la maldad se apagará el fervor de la caridad en muchos”.

4) La Iglesia reza el Padre Nuestro tres veces por día, en la Santa Misa y en la oración de Laudes y de Vísperas. Pero el número tres como número perfecto, quiere decir: ¡siempre! Lo que el Padre Nuestro dice con Palabras debe decirlo con deseos de amor el corazón filial en forma incesante, continua. Es a esto que se refiere Pablo cuando habla de los gemidos del Espíritu que acude en nuestro auxilio porque no sabemos orar como conviene. Quizás sepamos las palabras, pero no sabemos desear como se debe. El corazón no las respalda con su ardor (Romanos 8,14-17; 23.26). Es el Espíritu el que las ha de gemir en nosotros desde el corazón.

5. – EL PADRE NUESTRO: CAMINO DE PERFECCIÓN


Santa Teresa de Jesús enseña que el Padre Nuestro bien rezado es camino hacia la oración mística

1) Querido lector: En su obra Camino de Perfección Santa Teresa de Ávila considera la oración del ‘Padre Nuestro’ como comienzo y fin del camino de oración. Dice que la oración es “un viaje divino y camino real para el cielo” . Y el Padrenuestro, afirma, es el mejor comienzo, a la vez que la meta mística del camino orante de unión amorosa con Dios, porque: “siempre es gran bien fundar vuestra oración sobre oraciones dichas por la boca del Señor” .

2) Por eso Teresa se limitará a ofrecer “consideraciones sobre las palabras del Padre Nuestro” . Pero dará útiles consejos prácticos para orarlo, que quiero resumirte a continuación.

Querido lector: aventúrate a ponerte en la escuela de la oración con el Padre Nuestro de mano de esta santa doctora. Que no te asuste el castellano antiguo. Yo me limito aquí a elegir algunas de sus enseñanzas, como para abrirte el apetito.

3) Ella confiesa que prefiere orar con el Padre Nuestro a leer muchos libros, porque con ellos, dice, “parece que se nos pierde la devoción precisamente en aquello donde más importa tenerla”. “Jesús – dice la santa - es un maestro que te enseñará, si te pones en su escuela”. Ella aconseja ir poniendo “el entendimiento y el corazón” en las palabras del Padre Nuestro, con lo cual la oración mental se une a la vocal y el Señor suele elevar al orante a la contemplación .

No importa tanto – dice - si uno pronuncia o no exteriormente las palabras del Padre Nuestro, sino si lo hace en la presencia de Dios “es bien estéis mirando con quién habláis y quién sois vos” .

4) Santa Teresa encarece mucho la actitud reverente del orante y dice que hemos de orar advirtiendo con quién hablamos: “No hemos de llegar a hablar con un príncipe con el descuido que a un labrador”... “no porque Él sea bueno hemos de ser nosotros descomedidos” “Esta es oración mental, hijas mías, entender estas verdades” .

5) Hemos de estar atentos también a lo que le decimos: “Procuremos rezar advirtiendo con quién hablamos y lo que le decimos para que vaya bien rezado el Padre Nuestro... Yo lo he probado... Tened paciencia y procurad hacer costumbre de cosa tan necesaria” .

6) Teresa, lo mismo que Ignacio, aconseja retirarse para orar: “procurar estar a solas para que entendamos con quién estamos y lo que nos responde el Señor a nuestras peticiones” Porque él, aunque parezca que calla “bien habla al corazón cuando le pedimos de corazón” . “Y para que no penséis que se saca poca ganancia de rezar vocalmente con perfección, os digo que es muy posible que estando rezando el Padre Nuestro, os ponga el Señor en contemplación perfecta... que por estas vías muestra Su Majestad que oye al que le habla; y le dice su grandeza, suspendiéndole el entendimiento ... sin ruido de palabras le está enseñando este maestro divino, suspendiendo las potencias... que gozan sin entender cómo gozan” ... “Esta, hijas, es contemplación perfecta” .

6. – UNA SINTÉTICA EXPLICACIÓN DE SAN AGUSTÍN


San Agustín resume, en su carta a Proba , una interpretación de todo el ‘Padre Nuestro’

1) “Necesitamos las palabras” – le escribe San Agustín a Proba, refiriéndose a las palabras del ‘Padre Nuestro’ -. Pero ¿para qué las necesitamos? “Ellas nos instruyen – explica San Agustín - y nos permiten entender lo que debemos desear y pedir nosotros. Y no como si con ellas fuésemos a convencer nosotros al Señor para obtener lo que pedimos.

Cuando decimos: ‘¡santificado sea tu nombre!’ nos incitamos nosotros mismos a desear que su Nombre, que es siempre santo, también sea tenido por santo por los hombres. Esto es, que no sea menospreciado, lo cual no va en provecho de Dios, sino principalmente en provecho de los hombres.

Y cuando decimos: ‘¡venga tu Reino!’, Reino que, querámoslo o no nosotros, vendrá ciertamente, avivamos nuestro deseo de que venga a nosotros y que nosotros merezcamos reinar en él.

Cuando decimos: ‘¡Hágase tu voluntad como en el cielo así también en la tierra!’, le pedimos para nosotros no otra cosa que la obediencia, para que nosotros cumplamos su voluntad de la misma manera que la cumplen los Ángeles en los cielos.

Cuando decimos: ‘Danos hoy nuestro pan de cada día’ entendemos que ‘hoy’ significa el tiempo presente [esta vida nuestra, nuestra historia], para el cual pedimos nos conceda todo lo necesario, denominándolo con la palabra ‘pan’ como la parte más noble e importante de todo lo que necesitamos [para alimentar nuestra existencia de hijos]. O también decimos ‘pan’ para referirnos al Sacramento de los fieles, que necesitamos en el tiempo pero no solamente para el mero bienestar temporal sino para la felicidad eterna.

Cuando decimos: ‘perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden’ nos movemos a recapacitar tanto sobre lo que pedimos como sobre lo que en realidad practicamos, para que se nos conceda recibir lo que pedimos [y practicar lo que corresponde].

Cuando decimos: ‘No nos dejes entrar en la tentación’: nos damos ánimo para pedir esto, no sea que si cesase su auxilio, o bien engañados consintiéramos en alguna tentación o bien sucumbiéramos a alguna debilitados por la aflicción.

Cuando decimos: ‘líbranos del Malo’ renovamos la advertencia en que no estamos aún seguros en la posesión del bien, para que dejemos de temer que nos sobrevenga el mal. Y esta última petición de la oración del Señor abarca tanto, que el cristiano sea cual fuere la tribulación a la que esté sometido, gime con esa fórmula, con ella derrama su llanto, de ella parte, en ella se detiene y con ella culmina su oración.

Era pues necesario valerse de palabras para imprimir en nuestra memoria las realidades mismas. Con todas las demás palabras que digamos, ya sean las que pueda pronunciar el afecto del que ora antes de decirlas, con el fin de entenderlas, o después de dichas, con el fin de crecer en el afecto, no decimos ni más ni menos que lo que está contenido en las palabras de esta oración del Señor, si es que oramos bien y apropiadamente. Y quien dijera algo que no estuviera contenido en esta oración evangélica, oraría carnalmente, aunque no ore ilícitamente. Pero no sé cómo no le será ilícito oral carnalmente a quienes deben orar espiritualmente por haber renacido del Espíritu” [...]

Si vas discurriendo – dice más adelante San Agustín - por todas las plegarias de la Sagrada Escritura creo que no encontrarás nada que no esté contenido y encerrado en esta oración del Señor. Por eso, hay libertad para repetir en la oración las mismas peticiones con diversas palabras; pero no hay libertad para pedir cosas distintas de las que en ella se piden”.

7. – CONSEJOS DE SAN IGNACIO DE LOYOLA
PARA ORAR EL ¡PADRE NUESTRO!


1) El Padre Nuestro ocupa un lugar central en la mística de San Ignacio, que fue una mística trinitaria, pero también en el camino de oración que enseñaba a las almas. En todas las horas de oración de los Ejercicios Espirituales Ignacio le aconseja al ejercitante que al terminar, se vuelva al Padre y lo invoque con el ¡Padre Nuestro! Cuando el ejercitante ha de pedir una gracia muy grande, San Ignacio le sugiere un triple coloquio por el que asciende a través de la intercesión de María y de Jesús, hasta el Padre. Se entiende que ese Padre nuestro no ha de ser orado mecánicamente sino en espíritu y en verdad. Para eso, Ignacio le propone al ejercitante que dedique tiempo en su vida cotidiana a orar el Padre Nuestro meditándolo.

2) San Ignacio de Loyola propone, con este fin, en sus Ejercicios, un modo de orar que consiste en contemplar la significación de cada palabra de la fórmula de una oración vocal . Es el modo de orar en el que me he inspirado, casi sin proponérmelo, en este comentario espiritual del Padre Nuestro. Y puede ser que te sirva, querido lector, para crecer en conciencia e intimidad filial; para hacer más vital, menos mecánica, rutinaria o distraída, tu recitación del Padre Nuestro; para gustar más tus encuentros con nuestro Padre, volcando en él uno u otro de estos sentimientos, deseos, anhelos o pedidos filiales.

3) Lo que aconseja San Ignacio para orar así, es lo siguiente.
Primero que nada disponerte tú mismo a orar. No siempre nos viene espontáneamente el deseo de la oración. Y por eso, el comienzo debe ser a menudo un acto voluntario al que luego seguirán las demás facultades, el afecto, la memoria, el sentimiento.

Para pasar de tus ocupaciones a tu ratito de oración, conviene que reposes un poco tanto el espíritu como el cuerpo, sentándote o paseándote, como mejor te parezca.

A veces, el solo hecho de entrar en un templo silencioso y en cierta penumbra, ya te ayudará a pasar de la agitación de la calle al silencio y al reposo. Otras veces, si oras en tu casa, en la mañana al levantarte, mientras hierves el agua y preparas unos mates, presta atención a lo que vas a hacer.

4) Te ayudará el avivar tu fe en la presencia y la mirada de Dios sobre ti, considerando a dónde vienes y para qué. Me decía alguien que él hacía oración ya de prender el fuego y poner el agua a calentar, pidiéndole a Dios que lo encendiese en el fuego de su amor y lo calentase como se calienta el agua fría, que llenara su vacío cómo él estaba llenando el mate y que le diera de beber para apagar su sed de Dios, que lo despejara y despertara de sus distracciones y le permitiera “velar y orar”, como el mate le ahuyentaba el sueño y lo despejaba para empezar su día. San Ignacio le llama adiciones a estas maneras ingeniosas de ayudarse para entrar en oración. Cada uno irá descubriendo cuál puede ayudarlo más a él.

5) Conviene siempre, antes de iniciar la oración distenderse, aflojar las posibles ansiedades que a menudo se han alojado físicamente en nuestra musculatura y nos tienen tensos e incapaces de aflojarnos en la presencia de Dios. Eso todavía no es la oración, pero te dispondrá al encuentro.

6) Y habiéndote puesto en la presencia del Señor, conviene que le hagas alguna reverencia interior y también exterior, que involucre alma y cuerpo. Una inclinación profunda, una genuflexión, una postración adorante y transida de amoroso respeto ante su grandeza.

Las manos que se recogen junto al pecho, la cabeza que se inclina. Luego los brazos que se extienden y la frente que se levanta. ¿Cómo se ponía Jesús ante el Padre? Me lo imaginaré y trataré de imitarlo haciendo yo otro tanto y pidiéndole que me enseñe a hacerlo como lo hacía Él.

7) Luego, ya sea de rodillas o sentado, según lo que más me ayude a orar con más atención y devoción, teniendo los ojos cerrados o fijos en un lugar, evitando lo que me pueda distraer, empezaré diciendo “Padre” y a gustar la palabra y lo que ella significa. Y me detendré en lo asombroso de que pueda decirle así a un Dios tan grande. O consideraré la confianza que debe darme el haber recibido el Espíritu filial, o el desear recibirlo con mayor abundancia. Y estaré en la consideración de esta palabra tanto tiempo, cuanto halle significaciones, comparaciones, gustos y consolación en consideraciones pertinentes a esta primera palabra. Y tanto cuanto me dé pie a hablar con mi Padre celestial y derramar mi alma en su presencia. Y de la misma manera haré en cada palabra siguiente del Padre nuestro. Y me estaré en esa palabra, si ella sola me basta, todo el tiempo que tenía destinado a la oración.

8) Si no se me ocurre nada, puedo ir a buscar en este librito alguna idea, alguna frase, alguna consideración, como un fósforo que encienda mi oración o me ponga en presencia del Padre.

9) Y no me apuraré por pasar de una palabra a la siguiente mientras encuentre materia de contemplación en ella, o estribo para subir al diálogo, aunque se acabe la hora.

Cuando se acabe el tiempo destinado a mi oración, me pondré de nuevo reverentemente en la presencia del Padre y diré con la palabra y el deseo, el resto del Padre nuestro, de la manera acostumbrada.

10) Si una vez me detuve todo el tiempo en una palabra o dos del Padre nuestro, otra vez volver a gustarlo en la oración, diré la o las palabras que llevo meditadas, y me pondré a contemplar y meditar la siguiente que aún no he contemplado.

11) San Ignacio nos advierte que una vez que hemos aprendido a orar así contemplando las palabras del Padre Nuestro, podemos hacer lo mismo con el Ave María, y después con las otras oraciones; de forma que por algún tiempo siempre nos ejercitemos en cada una de ellas.

Y para que no nos quedemos en las palabras de la oración como si fuera un texto, San Ignacio nos recomienda que no perdamos de vista a la persona a quien oramos, y no temamos entrar en conversación con ella, en nuestro caso con el Padre, si la palabra que estamos meditando nos introduce a ese diálogo personal, para pedirle según sintamos o tengamos necesidad.
.

lunes, 16 de junio de 2014

Curso Catholic net: 54 valores cristianos

http://www.es.catholic.net/educadorescatolicos/753/3207/

La mansedumbre y la docilidad

Lección 34 y 35 La Mansedumbre y la Docilidad
Cualquiera puede enojarse. Eso es algo muy sencillo. Pero enojarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y en el modo correcto, eso ciertamente no resulta tan sencillo
Lección 34 y 35  La Mansedumbre y la Docilidad
Lección 34 y 35 La Mansedumbre y la Docilidad
Curso: Las 54 virtudes atacadas
Autora y asesora del curso: Marta Arrechea Harriet de Olivero
Lección 34 y 35 La Mansedumbre y la Docilidad


LA MANSEDUMBRE


La mansedumbre es la virtud “que tiene por objeto moderar la ira según la recta razón”. (1)

Hija de la templanza, la mansedumbre nos modera los arrebatos de cólera, de furia o de ira, que se levantarán sólo en los momentos necesarios y en la medida debida. Nos permite canalizar nuestras pasiones e impulsos, no para reprimirlos, sino para sacarles provecho, ayudándonos a vencer la indignación y el enojo, (justo e injusto), y a soportar las molestias y contrariedades con serenidad, otorgándonos suavidad en el trato.

La mansedumbre no es una opción, sino que está mandado en el evangelio. Es el control sobre sí mismo, es el cómo reaccionamos ante lo que nos violenta o nos irrita. Manso es el que logra interiormente la paz, el que no se irrita gratuitamente, el que se domina, que no se altera en forma desmedida ni se descontrola aunque le sobren motivos para hacerlo. Toda la antigüedad educó en las virtudes especialmente a los guerreros, que debían ser valientes, austeros, leales, apuntando a una dimensión superior del hombre. Ya los paganos reconocían la importancia de inculcar las virtudes para mejorar y elevar la naturaleza humana. Moisés, por ejemplo, no era un hombre manso por naturaleza, pero las escuelas militares de Egipto le habían enseñado a dominarse. Aristóteles decía que la persona mansa, (que es la virtuosa), se encuentra en medio de dos extremos igualmente viciosos. El “colérico” (que se enoja por todo y no sabe ni puede medir sus acciones o sus palabras debido al desorden y el desborde de su alma ofendida), y el “impasible” (el que es incapaz de padecer ni bien ni mal, o todo le da igual). En su “Ética a Nicómaco” Aristóteles ya decía: “Cualquiera puede enojarse. Eso es algo muy sencillo. Pero enojarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y en el modo correcto, eso ciertamente no resulta tan sencillo”.

Comúnmente se asocia a la mansedumbre con la timidez, la debilidad y la falta de carácter, pero la mansedumbre no significa debilidad, por más que esté adornada de bondad, paciencia y comprensión. La mansedumbre es la virtud de los fuertes que saben dominarse en aras de un bien mayor, los que saben soportar con paciencia las contrariedades y tienen dominio de sí por sobre las pasiones desordenadas y los impulsos violentos. Es una virtud muy importante que lima las asperezas cotidianas y contribuye enormemente a la armonía y a la paz familiar. Tiene mucho de paciencia y de fortaleza interior. El débil generalmente actúa con violencia para que no se descubra su debilidad (fruto muchas veces de su inseguridad). El débil llega a ser a veces duro y dominante con los débiles, pero cede ante los poderosos y se enoja sin motivo para demostrar una fortaleza que no tiene. El manso, al contrario, se domina, medita y frena sus reacciones hasta que el autocontrol se hace hábito y por lo tanto virtud.

La mansedumbre es la virtud de los pacíficos, que son valientes sin violencia, que son fuertes sin ser duros. Los pacíficos son contrarios a la violencia innecesaria, a las guerras injustas, a la agresividad como sistema de comunicación, a la brutalidad y a la crueldad. Pero no son cobardes, es la fuerza apacible y serena de los que logran dominar su temperamento y modelar su carácter y reaccionan sólo cuando hace falta. Dicen que la música amansa a las fieras, pero no toda la música. La paz se percibe al oír a Schubert y no a Wagner, que enardecía a las multitudes nazis. La virtud de la mansedumbre debe estar en el justo término medio. Debiera ser como una cumbre entre dos valles, como el punto culminante entre dos precipicios: el de la cólera irascible y el de la sumisión servil.

La virtud es un hábito y los hábitos no se logran sino con actos frecuentemente reiterados. No basta abstenerse de acciones provocadas por la pasión de la ira para tener mansedumbre: es preciso además repetir con frecuencia actos de esa virtud en circunstancias propias para encender la ira. Huir del vicio es caminar hacia la virtud, pero no es propiamente la virtud. No es nada del otro mundo que alguien sea manso, sin que haya nada que lo irrite, ofenda o contradiga. Al contrario, sería muy extraño que se mostrara áspero y enojadizo en cuanto se le rodee de contemplaciones, cortesías y miramientos. Las abejas clavan el aguijón a los que las irritan, pero son inofensivas para quienes, alrededor de la colmena, procuran no alborotarlas. El gato esconde sus uñas para jugar con el que le acaricia, pero hay que ver cómo se las enseña a los que lo maltratan.

La mansedumbre se gana con la lucha diaria contra uno mismo. “No digas “Es mi genio así... son cosas de mi carácter. Son cosas de tu falta de carácter” nos recuerda Monseñor Escrivá de Balaguer en “Camino”. De ahí que haya personas que parecen de carácter muy apacible mientras todos les llevan la corriente, pero no bien se los contradice uno se da cuenta el fuego que hay debajo de las cenizas. Por desgracia, los espíritus poco expertos en las cosas de Dios no alcanzamos a entender esta verdad y ponemos la virtud en una calma y serenidad sin escollos ni combates. Creemos que estamos bien cuando no hay conflictos porque no los enfrentamos, lo cual es falso. Tal ignorancia es un peligro serio y puede resultarnos funestísimo. Nos hace considerar como obstáculo para la perfección lo que es un medio necesario, (probar nuestra mansedumbre soportando los defectos del prójimo), y nos induce a faltas de caridad por escandalizarnos de sus defectos. De ahí que: “No es extraño” dice San Francisco de Sales “que un religioso sea manso y cometa pocas faltas cuando nada hay que pueda enojarle o probar su paciencia. Cuando me dicen: “He aquí un religioso santo, enseguida pregunto: ¿Ejerce algún cargo en la comunidad? Si me responden negativamente, poco admiro semejante santidad, pues hay gran diferencia entre la virtud de ese religioso y la del que haya sido probado, ora interiormente por tentaciones, ora exteriormente por las contradicciones que se le hacen aguantar.

La virtud sólida no se adquiere nunca en tiempos de paz, mientras no hay contrariedad de las tentaciones”.

Esto, en la vida cotidiana nos exige a esforzarnos en dominarnos y no montar en cólera si nuestro hermano perdió (por primera vez y sin querer) las llaves de la moto, si nos sacó la raqueta de tenis sin pedirnos permiso (porque teníamos el celular apagado), si nos usó el buzo que más nos gusta (porque salió por primera vez con la chica que le gustaba) y lo dejó en un auto ajeno, si nos contestó mal porque está alterado y nervioso porque rendía al día siguiente una materia que le podía costar el año.

Debemos ser mansos ante las ofensas hechas hacia nuestra persona (si pensamos en sacar un bien mayor soportándolas). Ahora, si el ofendido es Dios, Su Madre o la Iglesia, cabe la furia y el látigo. Podemos y hasta debemos tener una santa ira cuando las ofensas van dirigidas a Dios. Ahí no cabe la mansedumbre, ahí prima otra virtud, la virtud de piedad que exige nuestro testimonio y nos obliga a salir en defensa de Dios como sus hijos que somos. En algunas ocasiones, se impone la santa ira, y renunciar a ella en estos casos sería faltar a la justicia o a la caridad, que son virtudes más importantes que la mansedumbre. El mismo Cristo, modelo incomparable de mansedumbre, arrojó con el látigo a los profanadores del Templo. Nuestro Señor no perdió la virtud de la mansedumbre. Sólo manifestó las prioridades y lo que la justicia exigía, defender ante todo los derechos de su Padre. La ira a veces es necesaria para que, utilizada de manera conveniente, permita el ejercicio de otras virtudes cristianas.

La tolerancia es un problema intelectual. Surge de un planteo intelectual y moral. Es por el mandato de amar al prójimo que toleramos sus defectos, como el prójimo está llamado a tolerar los nuestros. En lo que no estoy de acuerdo, lo tolero. Nada de voces intempestivas, de gritos desacompasados, de amenazas furibundas. En cambio la mansedumbre hace que domine mi propio temperamento hasta un punto en que no se note lo que me altera y lo que no. La mansedumbre controla nuestras pasiones para encauzarlas oportunamente y bien. Lo que generalmente ocurre es que es muy fácil equivocarse en discernir si los motivos de nuestra ira son justos o si no lo son, y cuando nos habremos excedido. Nuestro Señor se presentó como “manso y humilde de corazón” (Mateo 11,29) y más adelante nos recuerda: “Bienaventurados los mansos porque ellos heredaran la tierra” (Mateo 5, 4) lo cual nos marca este camino como necesario para encontrar la paz del corazón. “Con sus apóstoles, Nuestro señor sufre sus mil impertinencias, su ignorancia, su egoísmo, su incomprensión. Les instruye gradualmente, sin exigirles demasiado pronto una perfección superior a sus fuerzas. Les defiende de las acusaciones de los fariseos, pero les reprende cuando tratan de apartarle los niños o cuando piden fuego del cielo para castigar a un pueblo. Reprende a Pedro su ira en el huerto, pero le perdona fácilmente su triple negación, que le hace reparar con tres manifestaciones de amor. Les aconseja la mansedumbre para con todos, perdonar hasta setenta veces siete (es decir, siempre), ser sencillos como palomas, corderos en medio de lobos, devolver bien por mal, ofrecer la otra mejilla a quien les hiera en una de ellas, dar su capa y su túnica antes que andar con pleitos y rogar por los mismos que les persiguen y maldicen...” “Con las turbas, les habla con dulzura y serenidad. No apaga la mecha que todavía humea, ni quiebra del todo la caña ya cascada. Ofrece a todos el perdón y la paz, multiplica las parábolas de la misericordia, bendice y acaricia a los niños, abre Su Corazón de par en par para que encuentren en El alivio y reposo todos los que sufren, oprimidos por las tribulaciones de la vida.

Con los pecadores, extrema hasta lo increíble su dulzura y mansedumbre. Perdona en el acto a la Magdalena, a la adúltera, a Zaqueo, a Mateo el publicano. A fuerza de bondad y delicadeza convierte a la samaritana. Como Buen Pastor va en busca de la oveja extraviada y se la pone gozoso sobre los hombros y hace al hijo pródigo una acogida tan cordial que levanta la envidia de su hermano. No ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia. Ofrece el perdón al mismo Judas, a quien trata con el dulce nombre de amigo, perdona al buen ladrón y muere en lo alto de la cruz perdonando y excusando a sus verdugos”. (2) En un espíritu manso, apacible, tranquilo, calmo, sosegado, sin turbación moral, fruto de un dominio interior, de una vida espiritual florecerá la serenidad. Esta serenidad que debiéramos irradiar en nuestro trato con el prójimo, es fruto del dominio y mortificación interior, de ser conscientes de sabernos en manos de Dios y no de un destino ciego y caprichoso. A la mansedumbre y a la serenidad se oponen la ira o iracundia, el espíritu indomable, el griterío, la blasfemia, la injuria y la riña.

En nuestra sociedad moderna, la revolución anticristiana ha impuesto adrede el desprecio por la mansedumbre y la serenidad. Estas virtudes también han desaparecido en nuestra sociedad, que ya no cuenta con Dios como eje de su vida. La subordinación a cualquier autoridad ha puesto en su lugar un espíritu rebelde e indomable en todos los órdenes, con la violencia y la insubordinación como la propuesta a seguir. Violencia en todas las manifestaciones de la cultura. En la música, en el cine, en la pintura, en la escultura, a través del culto de lo feo, de lo deforme, en contraposición a Dios cuyo atributo es la Belleza. Violencia en la ambición exacerbada y desmedida por tener. Violencia en las agresiones verbales de las conversaciones. En el trato diario entre las personas, en los gestos, en los modos, en las poses que tomamos hasta para vender un producto en una propaganda de una revista (en cómo nos sentamos, caminamos o miramos). Hay una forma violenta hasta de mirar, con desafío, insolente, una forma de sostener la mirada que es más una provocación que simple curiosidad. El sabio consejo de bajar la vista (que nos daban nuestros mayores en épocas más cristianas) no sólo nos protegía de ver muchas veces lo que no debíamos, sino que nos evitaban de meternos en problemas más serios. El sostener la mirada no sólo es un desafío sino que implica una provocación “a más” Violencia es la forma agresiva de vestirnos o de mostrarnos semidesnudos. Violencia son las injusticias diarias en todos los órdenes de la vida. Este clima de violencia, sumado a nuestra falta de virtud en general, nos lleva a una sociedad en donde la mansedumbre y la serenidad brillan por su ausencia porque se nos presentan como carentes de sentido.

Esta violencia está impuesta diabólicamente desde los dibujitos animados para niños en donde todo es pelea, choque, agresividad y fealdad. El cine, la televisión e internet (en gran parte al servicio de la revolución) presentan a la juventud como héroes o modelos a seguir a personajes totalmente opuestos a la mansedumbre y la serenidad. En su gran mayoría son histéricos, excitados, descontrolados, que toman decisiones jamás calmos sino siempre exacerbados, en situaciones límites y llenos de adrenalina. Todo esto es enfermo, es lo opuesto de la actitud sana de la persona que toma las decisiones como se debe con el juicio sereno, manso y tranquilo.



Notas
(1) “Teología de la perfección cristiana”. Rvdo. P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág. 609.
(2) “Teología de la perfección cristiana”. Rvdo P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág 610.




LA DOCILIDAD


La docilidad es la virtud que nos lleva a hacer: “lo que se nos manda o aconseja tranquilamente sin violentarnos, ni oponerle resistencia, y la que hace fácil que se nos enseñe. Es la predisposición para aceptar las indicaciones que recibimos para encaminarnos hacia el bien.”

La docilidad es hija de la prudencia y de la humildad, porque la actitud dócil es la que está abierta al aprendizaje a la corrección, al consejo, a aceptar que otros saben más que nosotros y que pueden y deben enseñarnos y nosotros debemos dejarnos enseñar sin resistirnos como fieras. La persona dócil no ofrece resistencia a aprender, a ser aconsejada, a ser corregida. Más bien lo acepta con humildad e interés. La docilidad hace que no nos altere que nos manden y, si entendemos esta virtud, el acatar la autoridad en todos los órdenes no nos resultará tan áspero. El entender nos aliviará, nos facilitará y nos suavizará el obedecer y el dejarnos enseñar. Aún en el mundo de los seres inanimados como el de los materiales, podemos hablar de materiales “dóciles” haciendo referencia a los que se dejan trabajar, moldear, tallar, esculpir, (como la madera, el barro, la arcilla), y los que no son fáciles y generan resistencia, (como la piedra y la roca).

Pedir y escuchar un consejo a las personas capacitadas de darlo es una actitud en la vida no sólo humilde sino inteligente. Achica el margen de error en todos los órdenes. No tendremos que pagar tan altos precios por pensar que siempre nuestro propio parecer es superior al del que sabe. Los adultos que han vivido, y sobre todo si han vivido bien, siempre tendrán luces más largas para divisar el camino a seguir que los jóvenes que generalmente utilizan sólo luces cortas. Estarán en condiciones de aconsejarnos en las distintas decisiones que habremos de ir tomando a medida que crezcamos. La carrera a seguir, el trabajo a aceptar, el lugar donde habremos de comprar nuestra casa, el médico que nos conviene por su seriedad académica. Siempre estaremos más iluminados por el consejo de los que saben que por nuestra sola opinión Ser dócil a los ojos de Dios es hacer fácil que se nos enseñe lo que es bueno o malo según Su Ley, y no lo que a nosotros nos parece que la docilidad es. Dejarse enseñar sin rebeldía en todos los órdenes, no sólo en los modos que pueden ser muy dóciles, sino en nuestro interior, empezando por observar las simples leyes de la naturaleza. La actitud de rebeldía, de soberbia, de rechazo, de autonomía, mal dispone a la persona a ser enseñada, aconsejada y a escuchar.

Ser dócil es aceptar que el profesor del deporte que practico me pueda corregir algún defecto, aunque yo me haya destacado igual haciéndolo mal. Ser dócil es no empecinarnos en hacer el campamento en un lugar inapropiado en el período de lluvias debajo del cartel que nos indica “No acampar”. Aceptar que la bandera colorada que ha levantado el guarda vidas me indica que el mar está peligroso, (aunque a mí me parezca que está igual que siempre y que yo sé nadar muy bien). Aceptar que las hortensias necesitan mayormente sombra y mucha agua, porque la verdad objetiva de la floricultura nos enseña que es así, y no lo que a nosotros nos parece que es bueno para esas flores. Si nos encaprichamos en contra de esa verdad, (demostrada por años de experiencia), y las ponemos al rayo del sol todo el día y las regamos solo de vez en cuando, simplemente se marchitarán.

La ignorancia no es falta de docilidad, porque la ignorancia a veces puede ser culpa nuestra y otras veces no. Lo mismo que ocurre con las hortensias y en todos los ámbitos también ocurre con al alma humana y sus necesidades. La naturaleza tiene sus leyes, aún para la persona humana. Si nos empecinamos en llevarle la contra a lo sumo resistiremos un tiempo, porque tanto la naturaleza como la naturaleza humana, a la corta o a la larga, nos pasarán la cuenta. Por ejemplo, la Iglesia nos enseña que lo bueno para el hombre es cumplir con los Mandamientos. Si somos dóciles a esta verdad y tratamos al menos de caminar (sino en el camino al menos por la banquina) dejándonos guiar por ellos seremos más felices que si los ignoramos continuamente e ignoramos adrede que existe siquiera un rumbo a seguir.

La docilidad es fundamental en el mundo de la docencia, en donde los alumnos deben tener la actitud abierta hacia la necesidad de aprender. Antes que el maestro comience a enseñar el alumno debe ser “enseñable”. El alumno dócil vuela en el aprendizaje. De la misma manera que la condición para comer algo es que primero ese algo sea “comestible” y para transitar por un lugar el camino primero tiene que ser “transitable”. Los docentes necesitan frente a sí alumnos dóciles, educados, respetuosos para poder empezar con su tarea.

Hoy la revolución anticristiana ha generado una falta de autoridad, obediencia, respeto hacia la jerarquía del maestro o profesor y disciplina en las aulas que hace imposible la enseñanza y los resultados están a la vista. Escuchamos en los medios que los alumnos rompen a patadas los calefactores para no tener calefacción y por ende no tener clases, que a fin de año tiran los bancos por las ventanas del colegio y salvajadas antinaturales por el estilo. De ahí que no sólo se hable de deserción escolar por los alumnos, sino que son los profesores y maestros quienes abandonan sus cursos por sentir que los alumnos que tienen adelante ya “no son enseñables”. En nuestra Patria, sabemos que la violencia ha llegado a un grado en que un alumno entró una mañana al curso y mató a mansalva a cinco de sus compañeros de clase e hiriendo a otros tres mas con una pistola de 9 mm, (como sucedió en el 2004 en Carmen de Patagones). Pero lo grave es que esta violencia ya es antinatural. Está generada por la revolución para ser utilizada con otros fines.

La revolución anticristiana ha cortado adrede ese nexo que siempre existió entre el maestro o profesor que enseña y el alumno que respetuosamente, reconociendo la superioridad de conocimientos del profesor, aprende. La revolución lo fomenta para que el alumno no reciba ni la cultura de generaciones anteriores, (y por lo tanto, al no saber ni quien es ni de donde viene, ni su propia historia, no tenga ni arraigo ni raíces que lo sostengan), ni desarrolle sus talentos y eso le genere una frustración y una violencia que luego será “manejable”, con objetivos políticos.

La destrucción de la lectro escritura también merece unas palabras. Es destruir el idioma y su riqueza, el nivelar para abajo, el minimizar el vocabulario, el sacar de circulación las mayúsculas y escribir todo con minúsculas, todo forma parte del mismo plan. Incluso el sistema de cambiar sistemáticamente todos los libros de texto todos los años que imposibilita a los hermanos y familiares heredar y compartir los libros de colegio, con textos incomprensibles para la mayoría de los padres tiene su explicación. Se trata otra vez de cortar los lazos que unían a los padres que podían colaborar con sus hijos en tareas y deberes escolares. Hoy esto es casi un imposible para la mayoría de los padres por lo incomprensible y la falta de sentido común de los textos. Aún en materias como matemáticas los adultos nos vemos imposibilitados de ayudar.

Dócil fue Nuestro Señor Jesucristo a la voluntad de Su Padre. Dócil fue la Santísima Virgen para aceptar su maternidad divina que no estaba en sus planes. Dócil fue San José en seguir los dictados del ángel para salvar al Niño Dios y a Su Madre y huir a Egipto. Dóciles han sido los santos a las inspiraciones divinas y hemos visto los resultados. Dóciles tenemos que ser nosotros para respetar los 10 Mandamientos, para aceptar los consejos de nuestros padres y superiores que representan la voluntad de Dios, para obedecer a los consejos de sacerdotes y directores espirituales (de buena doctrina) en confesión, que nos ayudarán a transitar el mejor camino sin temor a equivocarnos. Para dejarnos enseñar y corregir por nuestros padres, maestros, hermanos mayores y buenos amigos que tan sólo estarán cumpliendo con nosotros los consejos evangélicos de las obras espirituales de misericordia de “corregir al que yerra” y de “enseñar al que no sabe”.

Es fácil constatar que, en todos los ámbitos de la vida, y mucho más para crecer en la vida espiritual y crecer en santidad, sin la docilidad es imposible que demos ni tan siquiera un paso adelante en orden a nuestra santificación y mejora personal. La revolución anticristiana ha impuesto el vicio opuesto a la docilidad, la rebeldía como norma a seguir. Presenta al hombre como una vasija llena que no tiene nada ya más que recibir en sabiduría de nada ni de nadie, para que nadie se deje engañar por el que sabe, para que no se acepte la cultura y la sabiduría heredada de siglos anteriores, para cortar lazos con todo y con todos, empezando y terminando con el Divino Maestro que es Dios y de su Iglesia, Madre y Maestra.


Ejercicio y tarea (para publicar en los foros del curso)

En relación a La mansedumbre


1. ¿Qué es la virtud de la mansedumbre? ¿Por qué esta virtud no es opcional?
2. Es una virtud que está adornada de bondad, paciencia y comprensión ¿Por qué se dice que es la virtud de los fuertes?
3. ¿Cuáles son los frutos de la vivencia de esta virtud?
4. ¿Cuál es la diferencia entre la tolerancia y la mansedumbre?
5. ¿Cuáles son los vicios contrarios a esta virtud?
6. ¿Cuáles son los momentos en que te es más difícil y más sencillo vivir esta virtud?
7. ¿Algún comentario o sugerencia?

En relación a La Docilidad


1. ¿Qué significa ser dócil?
2. ¿Cuáles son las características de una persona dócil?
3. ¿Por qué siendo una virtud abierta al aprendizaje cuesta tanto vivirla?
4. ¿Qué sucedería si hoy se practicase esta virtud (en la familia, en la escuela, en el trabajo, en los grupos sociales)?
5. La rebeldía es la actitud contraria a esta virtud ¿Cuáles son las consecuencias de este vicio en la familia, en las escuelas, en el trabajo, en los grupos sociales? ¿Cuál es la influencia en tu vida personal?
6. ¿Algún comentario o sugerencia?


Para reflexión personal


1. ¿Vivo atento a hacer felices a cuantos me rodea? ¿Aún cuando tenga que hacer algún sacrificio? ¿Si puedo hacer algún favor de oculto lo hago?
2. ¿Cualquier actitud de los demás que no concuerda con lo que me agrada, me desconcierta y enfada?¿Me irrita durante muchos días y guardo rencor?
3. ¿Domino mi impaciencia? ¿Pierdo lo mejor de mis energías y de mi tiempo en enojarme por pequeñas tonterías?¿ Se restar importancia a las cosas?¿Domino la impaciencia y la ira, aún internamente, en una enérgica decisión de equilibrio y entrega? ¿Me ejercito en el dominio propio? ¿Soy constante en esto?
4. ¿Domino mi temperamento cuando practico algún deporte o juego?¿Domino el deseo de revancha?¿Sé ganar con equilibrio?¿Sé perder con nobleza?¿Tengo dominio en mis palabras?¿Y cuando compiten mis hijos?
5. ¿Al obrar soy un apersona puramente temperamental, pasional?¿No hay en mí una orientación superior de fe y de razón?
6. ¿Se dirigir mis pasiones por el cauce del deber? ¿Me pongo con todas mis fuerzas y siempre a cumplir la voluntad de Dios?
7. ¿Temo que se me corrija o se me critique?¿Acepto con sencillez y humildad las correcciones o explicaciones de quienes son más expertos que yo?
8. ¿Cuándo advierto que alguien me supera tengo la grandeza de alma suficiente para alegrarme? ¿Cuándo veo que voy a ser pospuesto a otro lo combato y empequeñezco ante los demás?¿O se reconocer la competencia del otro y me abro a aprender con docilidad?


Si tienes alguna duda sobre el tema puedes consultar a Marta Arrechea Harriet de Olivero en su consultorio virtual

Consultorio virtual

Para ir a los foros del curso y publicar tu tarea da click en el siguiente enlace

La mansedumbre y la docilidad

http://www.es.catholic.net/educadorescatolicos/753/3207/articulo.php?id=49489

jueves, 6 de febrero de 2014

INFOCATÓLICA

Información católica en la Red.

http://infocatolica.com/

jueves, 23 de enero de 2014

Papa Francisco: Internet: posibilidad de ofrecer encuentro y solidaridad humanas

http://www.aciprensa.com/Docum/documento.php?id=541

Ni celos ni envidias -Papa Francisco-


http://www.aciprensa.com/noticias/energica-advertencia-del-papa-francisco-contra-los-celos-la-envidia-y-el-chisme-66166/


"Ni celos ni envidias". Era la reflexión de la primera lectura de hoy; es la explicación ampliada que nos hace nuestro Papa Francisco. Amargura es el primer signo; división el segundo. Seamos felices y sanos.Alegrémonos con el bien y las virtudes de los demás; demos gracias al Señor por las nuestras y pongámoslas al servicio de los demás -que para eso nos las ha dado el Señor-.