“La hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos 
adoradores
adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad,
porque así son los 
adoradores que el Padre quiere.
Dios es Espíritu y los que lo adoran deben 
hacerlo en Espíritu y en Verdad”
(Juan 4,23-24)
“Vosotros, pues, orad 
así: ¡Padre Nuestro!...”
(Mateo 6,9)
“Fijáos bien en qué clase de amor 
nos comunicó el Padre
para que nos llamemos y seamos verdaderamente hijos de 
Dios...
Por eso el mundo no sabe quiénes somos, porque no lo conoce a Él 
[como Padre]
Nosotros somos, desde ya, hijos de Dios muy amados”
(1 Juan 
3,1-2)
“Recibísteis un Espíritu de filiación
que nos hace capaces de 
exclamar: ¡Abbá! ¡Papá!” 
(Romanos 8,15)
1. - EL ‘PADRE NUESTRO’: ORACIÓN 
SUPREMA
El Padre nuestro es una escuela de deseos para filializar el 
corazón. 
¿Por qué San Mateo nos presenta la oración filial enmarcada por un 
prólogo y un epílogo?
1) La cumbre y el centro del Sermón de la Montaña 
es la revelación del Padre Nuestro. La gran revelación. El Padre Nuestro es la 
radiografía del Corazón filial: del Corazón de Jesús y de cualquiera que quiera 
vivir como hijo. 
2) Jesús solemniza la presentación del Padre Nuestro 
colocándolo entre un ‘prólogo’ y un ‘epílogo’. El prólogo contiene el consejo de 
no usar muchas palabras como los gentiles, sino poner el corazón abierto ante el 
Padre; porque uno, si es hijo, ya sabe que Él conoce nuestras necesidades y 
deseos: “Y, al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que 
por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro 
Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,7-8).
3) Sigue a 
continuación el texto mismo del ‘Padre Nuestro’. 
“Vosotros, pues, orad así: 
¡Padre nuestro que estás en los cielos! 
¡Santificado sea tu 
Nombre!
¡Venga tu Reino!
¡Hágase tu Voluntad como en el cielo así también 
en la tierra!
El pan nuestro de cada día dánosle hoy; 
y perdónanos 
nuestras deudas, 
así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; 
y no nos dejes entrar en la tentación, mas líbranos del Malo. Amén” (Mt 
6,9-13)
Es la oración del Hijo, propuesta por él a los que quieran vivir 
como hijos. Con ella, Jesús quiere enseñarnos deseos del corazón, más que meras 
palabras o fórmulas de oración vocal. Por eso el prólogo nos avisa que el Padre 
Nuestro no debe ser un palabrerío. (¡aunque sea un palabrerío cortito!). Ha de 
expresar, más que palabras, deseos del corazón filial. Nuestro corazón se hace 
filial en la medida en que le salen espontáneamente, como deseos sinceros y 
profundos, las peticiones del Padre Nuestro.
4) Después viene el epílogo: 
“Porque si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a 
vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco 
vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”. (Mt 6,14-15). 
5) Así como el 
prólogo enseña que el ‘Padre Nuestro’ no ha de quedarse en mera repetición de 
palabras sino que debe expresar deseos, el epílogo nos recuerda lo que Jesús ya 
nos había dicho antes: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os 
persigan... para que seáis hechos hijos de vuestro Padre celestial... vosotros 
pues, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,43-48). 
6) Para ser Hijo hay que tener un corazón como el del Padre. Sólo así 
podemos adorar al Padre en Espíritu y en Verdad (Juan 4,23)
¡Jesús, danos 
un corazón de hijo, semejante al tuyo, para derramar tus mismos deseos delante 
del Padre como tú lo hacías! ¡Espíritu Santo, dame un corazón filial como el de 
Jesús, para desear lo mismo que Él!
2. JESÚS MAESTRO DE ORACION 
FILIAL
Jesús aprendió a orar de María, de José y en su pueblo, pero 
el Padre lo hizo maestro de una nueva oración para todos los tiempos.
1) 
El Catecismo de la Iglesia católica (=CIC) nos enseña cosas muy hermosas acerca 
de la oración de Jesús, nuestro Maestro de oración. Nos dice que Jesús, 
verdadero hombre, aprendió a orar como aprendían los niños judíos de su época. 
Jesús los aventajó, sin embargo, porque tuvo una maestra de oración muy 
especial: su Madre, María santísima. Jesús aprendió a orar de su Madre, que 
conservaba y meditaba en su corazón todas las “maravillas” del Todopoderoso, las 
palabras del Ángel Gabriel, los misterios de la concepción y del parto 
virginales, y tantos otros misterios.
2) Jesús aprendió a orar, además, 
de su pueblo, en el templo y la sinagoga. Allí aprendió a recitar y cantar los 
salmos y demás oraciones de los judíos piadosos. Sin duda también san José, 
varón justo, iniciado también en el misterio de Jesús, le enseñó a orar y a leer 
las Escrituras, a memorizar y recitar los salmos, a interpretar las Escrituras y 
a aplicárselos a sí mismo, para cumplirlas celosamente pues le trasmitían la 
voluntad del Padre. El Espíritu Santo las había inspirado principalmente para 
Él. Y Él vino a darles cumplimiento hasta el ‘todo está cumplido’ en la 
Cruz.
3) “Pero – prosigue el Catecismo – su oración brota de una fuente 
secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de doce años: “Yo debo estar 
en las cosas de mi Padre” (Lucas 2, 49). 
4) Aquí comienza a revelarse la 
novedad de la oración cristiana, novedad absoluta surgida en la plenitud de los 
tiempos: “‘la oración filial’, que el Padre esperaba de sus hijos, va a ser 
vivida ¡por fin! por el propio Hijo único. Va a ser vivida por él en su 
Humanidad, con sus hermanos, con los hombres y a favor de ellos” (CIC 2599). 
5) La oración que nos enseña Jesús en la Montaña es su oración. El 
Catecismo dice: “El camino de nuestra oración es su propia oración al Padre” 
(CIC 2607). “No hay otro camino de oración cristiana que Cristo [...] La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el 
que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre” (CIC 2664). 
Jesús afirma: “Yo soy el camino, la verdad y la vida... nadie viene al Padre si 
no es por mí” (Juan 14,6). 
6) Nuestra oración al Padre debe hacerse en 
comunión con Jesús. Cuando lo invocamos como Padre “nuestro”, reconocemos que es 
el Padre de Jesús y nuestro. Jesús y sus discípulos somos un solo nosotros 
filial y fraterno ante el Padre. “Nuestra oración, ya sea comunitaria o 
individual, ya sea interior o vocal, no tiene acceso al Padre más que si oramos 
‘en el Nombre de Jesús’” (CIC 2664), y por Él, con Él y en Él, injertados en el 
nosotros filial.
7) Aunque un cristiano ore solo e individualmente, 
siempre está unido a la comunión de los santos y se dirige al Padre unido al 
“nosotros” de la Iglesia y al Jesús glorioso. 
8) Jesús no es solamente 
nuestro Maestro para enseñarnos los deseos expresados en el Padre Nuestro, sino 
nuestro hermano mayor, para rezarlo siempre junto con nosotros. Es nuestro 
sacerdote eterno que siempre preside nuestro rezo del Padre Nuestro. Nunca lo 
rezo solo. Jesús siempre lo reza conmigo y con todos los hijos de Dios 
dispersos. 
¡Jesús, te pido la gracia de rezar siempre al Padre con la 
conciencia de que oro contigo y todos tus hermanitos más pequeños! ¡La 
conciencia de que soy miembro de ese gran Nosotros divino humano que ora al 
Padre con tus deseos! ¡La conciencia de que nunca estoy solo frente al Padre! 
3. - RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO
El Padre Nuestro, es 
una oración única, nos viene del Señor mismo y Él nos da el Espíritu que permite 
orarla.
1) Al Padre Nuestro se le ha llamado tradicionalmente en la 
historia de la Iglesia: la oración ‘dominical’. O, lo que es lo mismo: la 
oración ‘del Señor’ . Esta oración inspirada, de origen divino y revelada por 
Dios mismo, encierra en sí tesoros de gracia inagotables y es por sí misma la 
expresión y el camino de la santidad filial.
2) Tertuliano afirma que “la 
oración dominical es, el resumen de todo el evangelio”. Y recomienda que 
cualquier oración que hagamos, la comencemos orando de corazón el Padre Nuestro 
(CIC 2761). 
3) San Agustín la considera como el compendio de todas las 
oraciones bíblicas que las resume todas: “Recorred –dice – todas las oraciones 
que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté 
incluido en la oración dominical”. 
4) Santo Tomás de Aquino afirma: “La 
oración dominical es la más perfecta de todas las oraciones... En ella, no sólo 
pedimos todo lo que podemos desear rectamente, sino que además lo pedimos en el 
orden de prioridad en que conviene desear cada cosa. De manera que esta oración 
no sólo nos enseña a pedir, sino que también nos enseña a querer”. 
5) El 
Espíritu Santo da forma nueva a nuestros deseos. Jesús nos enseña no sólo 
palabras para repetir, sino deseos del corazón para expresarse en ellas o en 
otras parecidas. Junto con las palabras filiales nos da el Espíritu Filial para 
decirlas desde el corazón y como él mismo las pronunció, “con grande clamor y 
lágrimas” (Hebr 5,7). 
6) Efectivamente, sólo quien tiene el Espíritu de 
hijo puede decirla desde el corazón, como corresponde a ‘verdaderos adoradores 
que adoran al Padre en Espíritu y en Verdad’ (Juan 4,23), con palabras que son 
en nosotros ‘espíritu y vida’ (Juan 6, 63). 
7) “La prueba y la 
posibilidad de nuestra oración filial –dice el Catecismo – es que el Padre ‘ha 
enviado a nuestros corazones el Espíritu del Hijo que clama ¡Abbá, Padre!” (Gal 
4,6). 
8) Ya que nuestra oración expresa nuestros deseos ante Dios, es 
también el Padre, ‘el que escruta los corazones’, quien ‘conoce cuál es la 
aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según 
Dios’ (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del 
Hijo y del Espíritu” (CIC 2766). Ambas misiones convergen en el Padre 
Nuestro.
4. - ORAR CON EL DESEO
El Padre Nuestro expresa 
ansias interiores con gemidos exteriores. Un ardor del corazón filial.
1) 
¡Santificado sea tu nombre! ¡Venga tu Reino! ¡Hágase tu voluntad en la tierra 
como en el cielo! Estas tres exclamaciones expresan el deseo de un corazón 
filial como el de Jesús, que arde en amor al Padre de quien lo recibe todo como 
don de Amor y cuya gloria desea ardientemente. Siguen luego otras peticiones que 
expresan las necesidades propias y de los hermanos. Sobre todo las de los 
hermanos, cuya necesidad se ve y se presenta al Padre con parecida vehemencia. 
2) El deseo del corazón es la más elevada forma de oración y la más 
grata a Dios. Proviene directamente del Espíritu Santo filial que inspira el 
Padre en nosotros y que en nosotros aspira al Padre. 
3) El salmista se 
refiere a estos deseos ardientes cuando dice: “Rujo con más fuerza que un león. 
¡Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia, no se te ocultan mis 
gemidos; siento palpitar el corazón...” San Agustín comenta el pasaje diciendo: 
“No gemimos delante de los hombres, que no pueden ver el corazón, sino [delante 
de Dios]: ¡todas mis ansias están en tu presencia!. Que tu deseo esté siempre 
ante el Padre; y el Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Tu mismo deseo 
es tu oración; si el deseo es continuo, la oración es continua. No en vano dijo 
el Apóstol: Orad sin cesar. Pero ¿acaso nos arrodillamos, nos postramos y 
levantamos las manos sin interrupción, y por eso dice: Orad sin cesar? Si 
decimos que sólo podemos orar así, creo que es imposible orar sin cesar. Existe 
otra oración interior y continua, que es el deseo. Aunque hagas cualquier otra 
cosa, si deseas el reposo en Dios, no interrumpes la oración. Si no quieres 
dejar de orar, no interrumpes el deseo. Tu deseo continuo es tu voz, es decir, 
tu oración continua. Callas si dejas de amar. ¿Quiénes callaron? Aquellos de 
quienes se dijo: Por exceso de la maldad se apagará el fervor de la caridad en 
muchos”.
4) La Iglesia reza el Padre Nuestro tres veces por día, en la 
Santa Misa y en la oración de Laudes y de Vísperas. Pero el número tres como 
número perfecto, quiere decir: ¡siempre! Lo que el Padre Nuestro dice con 
Palabras debe decirlo con deseos de amor el corazón filial en forma incesante, 
continua. Es a esto que se refiere Pablo cuando habla de los gemidos del 
Espíritu que acude en nuestro auxilio porque no sabemos orar como conviene. 
Quizás sepamos las palabras, pero no sabemos desear como se debe. El corazón no 
las respalda con su ardor (Romanos 8,14-17; 23.26). Es el Espíritu el que las ha 
de gemir en nosotros desde el corazón.
5. – EL PADRE NUESTRO: CAMINO 
DE PERFECCIÓN
Santa Teresa de Jesús enseña que el Padre Nuestro bien 
rezado es camino hacia la oración mística
1) 
Querido lector: En su obra Camino de Perfección Santa Teresa de Ávila 
considera la oración del ‘Padre Nuestro’ como comienzo y fin del camino de 
oración. Dice que la oración es “un viaje divino y camino real para el cielo” . 
Y el Padrenuestro, afirma, es el mejor comienzo, a la vez que la meta mística 
del camino orante de unión amorosa con Dios, porque: “siempre es gran bien 
fundar vuestra oración sobre oraciones dichas por la boca del Señor” . 
2) Por eso Teresa se limitará a ofrecer “consideraciones sobre las 
palabras del Padre Nuestro” . Pero dará útiles consejos prácticos para orarlo, 
que quiero resumirte a continuación.
Querido lector: aventúrate a ponerte 
en la escuela de la oración con el Padre Nuestro de mano de esta santa doctora. 
Que no te asuste el castellano antiguo. Yo me limito aquí a elegir algunas de 
sus enseñanzas, como para abrirte el apetito. 
3) Ella confiesa que 
prefiere orar con el Padre Nuestro a leer muchos libros, porque con ellos, dice, 
“parece que se nos pierde la devoción precisamente en aquello donde más importa 
tenerla”. “Jesús – dice la santa - es un maestro que te enseñará, si te pones en 
su escuela”. Ella aconseja ir poniendo “el entendimiento y el corazón” en las 
palabras del Padre Nuestro, con lo cual la oración mental se une a la vocal y el 
Señor suele elevar al orante a la contemplación .
No importa tanto – dice 
- si uno pronuncia o no exteriormente las palabras del Padre Nuestro, sino si lo 
hace en la presencia de Dios “es bien estéis mirando con quién habláis y quién 
sois vos” . 
4) Santa Teresa encarece mucho la actitud reverente del 
orante y dice que hemos de orar advirtiendo con quién hablamos: “No hemos de 
llegar a hablar con un príncipe con el descuido que a un labrador”... “no porque 
Él sea bueno hemos de ser nosotros descomedidos” “Esta es oración mental, hijas 
mías, entender estas verdades” . 
5) Hemos de estar atentos también a lo 
que le decimos: “Procuremos rezar advirtiendo con quién hablamos y lo que le 
decimos para que vaya bien rezado el Padre Nuestro... Yo lo he probado... Tened 
paciencia y procurad hacer costumbre de cosa tan necesaria” .
6) Teresa, 
lo mismo que Ignacio, aconseja retirarse para orar: “procurar estar a solas para 
que entendamos con quién estamos y lo que nos responde el Señor a nuestras 
peticiones” Porque él, aunque parezca que calla “bien habla al corazón cuando le 
pedimos de corazón” . “Y para que no penséis que se saca poca ganancia de rezar 
vocalmente con perfección, os digo que es muy posible que estando rezando el 
Padre Nuestro, os ponga el Señor en contemplación perfecta... que por estas vías 
muestra Su Majestad que oye al que le habla; y le dice su grandeza, 
suspendiéndole el entendimiento ... sin ruido de palabras le está enseñando este 
maestro divino, suspendiendo las potencias... que gozan sin entender cómo gozan” 
... “Esta, hijas, es contemplación perfecta” .
6. – UNA SINTÉTICA 
EXPLICACIÓN DE SAN AGUSTÍN
San Agustín resume, en su carta a Proba , 
una interpretación de todo el ‘Padre Nuestro’
1) “Necesitamos las 
palabras” – le escribe San Agustín a Proba, refiriéndose a las palabras del 
‘Padre Nuestro’ -. Pero ¿para qué las necesitamos? “Ellas nos instruyen – 
explica San Agustín - y nos permiten entender lo que debemos desear y pedir 
nosotros. Y no como si con ellas fuésemos a convencer nosotros al Señor para 
obtener lo que pedimos. 
Cuando decimos: ‘¡santificado sea tu nombre!’ 
nos incitamos nosotros mismos a desear que su Nombre, que es siempre santo, 
también sea tenido por santo por los hombres. Esto es, que no sea menospreciado, 
lo cual no va en provecho de Dios, sino principalmente en provecho de los 
hombres. 
Y cuando decimos: ‘¡venga tu Reino!’, Reino que, querámoslo o 
no nosotros, vendrá ciertamente, avivamos nuestro deseo de que venga a nosotros 
y que nosotros merezcamos reinar en él. 
Cuando decimos: ‘¡Hágase tu 
voluntad como en el cielo así también en la tierra!’, le pedimos para nosotros 
no otra cosa que la obediencia, para que nosotros cumplamos su voluntad de la 
misma manera que la cumplen los Ángeles en los cielos. 
Cuando decimos: 
‘Danos hoy nuestro pan de cada día’ entendemos que ‘hoy’ significa el tiempo 
presente [esta vida nuestra, nuestra historia], para el cual pedimos nos conceda 
todo lo necesario, denominándolo con la palabra ‘pan’ como la parte más noble e 
importante de todo lo que necesitamos [para alimentar nuestra existencia de 
hijos]. O también decimos ‘pan’ para referirnos al Sacramento de los fieles, que 
necesitamos en el tiempo pero no solamente para el mero bienestar temporal sino 
para la felicidad eterna.
Cuando decimos: ‘perdónanos nuestras deudas 
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden’ nos movemos a recapacitar tanto 
sobre lo que pedimos como sobre lo que en realidad practicamos, para que se nos 
conceda recibir lo que pedimos [y practicar lo que corresponde].
Cuando 
decimos: ‘No nos dejes entrar en la tentación’: nos damos ánimo para pedir esto, 
no sea que si cesase su auxilio, o bien engañados consintiéramos en alguna 
tentación o bien sucumbiéramos a alguna debilitados por la aflicción. 
Cuando decimos: ‘líbranos del Malo’ renovamos la advertencia en que no 
estamos aún seguros en la posesión del bien, para que dejemos de temer que nos 
sobrevenga el mal. Y esta última petición de la oración del Señor abarca tanto, 
que el cristiano sea cual fuere la tribulación a la que esté sometido, gime con 
esa fórmula, con ella derrama su llanto, de ella parte, en ella se detiene y con 
ella culmina su oración. 
Era pues necesario valerse de palabras para 
imprimir en nuestra memoria las realidades mismas. Con todas las demás palabras 
que digamos, ya sean las que pueda pronunciar el afecto del que ora antes de 
decirlas, con el fin de entenderlas, o después de dichas, con el fin de crecer 
en el afecto, no decimos ni más ni menos que lo que está contenido en las 
palabras de esta oración del Señor, si es que oramos bien y apropiadamente. Y 
quien dijera algo que no estuviera contenido en esta oración evangélica, oraría 
carnalmente, aunque no ore ilícitamente. Pero no sé cómo no le será ilícito oral 
carnalmente a quienes deben orar espiritualmente por haber renacido del 
Espíritu” [...]
Si vas discurriendo – dice más adelante San Agustín - por 
todas las plegarias de la Sagrada Escritura creo que no encontrarás nada que no 
esté contenido y encerrado en esta oración del Señor. Por eso, hay libertad para 
repetir en la oración las mismas peticiones con diversas palabras; pero no hay 
libertad para pedir cosas distintas de las que en ella se piden”. 
7. 
– CONSEJOS DE SAN IGNACIO DE LOYOLA 
PARA ORAR EL ¡PADRE 
NUESTRO!
1) El Padre Nuestro ocupa un lugar central en la mística de 
San Ignacio, que fue una mística trinitaria, pero también en el camino de 
oración que enseñaba a las almas. En todas las horas de oración de los 
Ejercicios Espirituales Ignacio le aconseja al ejercitante que al terminar, se 
vuelva al Padre y lo invoque con el ¡Padre Nuestro! Cuando el ejercitante ha de 
pedir una gracia muy grande, San Ignacio le sugiere un triple coloquio por el 
que asciende a través de la intercesión de María y de Jesús, hasta el Padre. Se 
entiende que ese Padre nuestro no ha de ser orado mecánicamente sino en espíritu 
y en verdad. Para eso, Ignacio le propone al ejercitante que dedique tiempo en 
su vida cotidiana a orar el Padre Nuestro meditándolo.
2) San Ignacio de 
Loyola propone, con este fin, en sus Ejercicios, un modo de orar que consiste en 
contemplar la significación de cada palabra de la fórmula de una oración vocal . 
Es el modo de orar en el que me he inspirado, casi sin proponérmelo, en este 
comentario espiritual del Padre Nuestro. Y puede ser que te sirva, querido 
lector, para crecer en conciencia e intimidad filial; para hacer más vital, 
menos mecánica, rutinaria o distraída, tu recitación del Padre Nuestro; para 
gustar más tus encuentros con nuestro Padre, volcando en él uno u otro de estos 
sentimientos, deseos, anhelos o pedidos filiales.
3) Lo que aconseja San 
Ignacio para orar así, es lo siguiente. 
Primero que nada disponerte tú mismo 
a orar. No siempre nos viene espontáneamente el deseo de la oración. Y por eso, 
el comienzo debe ser a menudo un acto voluntario al que luego seguirán las demás 
facultades, el afecto, la memoria, el sentimiento. 
Para pasar de tus 
ocupaciones a tu ratito de oración, conviene que reposes un poco tanto el 
espíritu como el cuerpo, sentándote o paseándote, como mejor te parezca. 
A veces, el solo hecho de entrar en un templo silencioso y en cierta 
penumbra, ya te ayudará a pasar de la agitación de la calle al silencio y al 
reposo. Otras veces, si oras en tu casa, en la mañana al levantarte, mientras 
hierves el agua y preparas unos mates, presta atención a lo que vas a 
hacer.
4) Te ayudará el avivar tu fe en la presencia y la mirada de Dios 
sobre ti, considerando a dónde vienes y para qué. Me decía alguien que él hacía 
oración ya de prender el fuego y poner el agua a calentar, pidiéndole a Dios que 
lo encendiese en el fuego de su amor y lo calentase como se calienta el agua 
fría, que llenara su vacío cómo él estaba llenando el mate y que le diera de 
beber para apagar su sed de Dios, que lo despejara y despertara de sus 
distracciones y le permitiera “velar y orar”, como el mate le ahuyentaba el 
sueño y lo despejaba para empezar su día. San Ignacio le llama adiciones a estas 
maneras ingeniosas de ayudarse para entrar en oración. Cada uno irá descubriendo 
cuál puede ayudarlo más a él.
5) Conviene siempre, antes de iniciar la 
oración distenderse, aflojar las posibles ansiedades que a menudo se han alojado 
físicamente en nuestra musculatura y nos tienen tensos e incapaces de aflojarnos 
en la presencia de Dios. Eso todavía no es la oración, pero te dispondrá al 
encuentro.
6) Y habiéndote puesto en la presencia del Señor, conviene que 
le hagas alguna reverencia interior y también exterior, que involucre alma y 
cuerpo. Una inclinación profunda, una genuflexión, una postración adorante y 
transida de amoroso respeto ante su grandeza. 
Las manos que se recogen 
junto al pecho, la cabeza que se inclina. Luego los brazos que se extienden y la 
frente que se levanta. ¿Cómo se ponía Jesús ante el Padre? Me lo imaginaré y 
trataré de imitarlo haciendo yo otro tanto y pidiéndole que me enseñe a hacerlo 
como lo hacía Él. 
7) Luego, ya sea de rodillas o sentado, según lo que 
más me ayude a orar con más atención y devoción, teniendo los ojos cerrados o 
fijos en un lugar, evitando lo que me pueda distraer, empezaré diciendo “Padre” 
y a gustar la palabra y lo que ella significa. Y me detendré en lo asombroso de 
que pueda decirle así a un Dios tan grande. O consideraré la confianza que debe 
darme el haber recibido el Espíritu filial, o el desear recibirlo con mayor 
abundancia. Y estaré en la consideración de esta palabra tanto tiempo, cuanto 
halle significaciones, comparaciones, gustos y consolación en consideraciones 
pertinentes a esta primera palabra. Y tanto cuanto me dé pie a hablar con mi 
Padre celestial y derramar mi alma en su presencia. Y de la misma manera haré en 
cada palabra siguiente del Padre nuestro. Y me estaré en esa palabra, si ella 
sola me basta, todo el tiempo que tenía destinado a la oración. 
8) Si no 
se me ocurre nada, puedo ir a buscar en este librito alguna idea, alguna frase, 
alguna consideración, como un fósforo que encienda mi oración o me ponga en 
presencia del Padre.
9) Y no me apuraré por pasar de una palabra a la 
siguiente mientras encuentre materia de contemplación en ella, o estribo para 
subir al diálogo, aunque se acabe la hora. 
Cuando se acabe el tiempo 
destinado a mi oración, me pondré de nuevo reverentemente en la presencia del 
Padre y diré con la palabra y el deseo, el resto del Padre nuestro, de la manera 
acostumbrada.
10) Si una vez me detuve todo el tiempo en una palabra o 
dos del Padre nuestro, otra vez volver a gustarlo en la oración, diré la o las 
palabras que llevo meditadas, y me pondré a contemplar y meditar la siguiente 
que aún no he contemplado.
11) San Ignacio nos advierte que una vez que 
hemos aprendido a orar así contemplando las palabras del Padre Nuestro, podemos 
hacer lo mismo con el Ave María, y después con las otras oraciones; de forma que 
por algún tiempo siempre nos ejercitemos en cada una de ellas.
Y para que 
no nos quedemos en las palabras de la oración como si fuera un texto, San 
Ignacio nos recomienda que no perdamos de vista a la persona a quien oramos, y 
no temamos entrar en conversación con ella, en nuestro caso con el Padre, si la 
palabra que estamos meditando nos introduce a ese diálogo personal, para pedirle 
según sintamos o tengamos 
necesidad.
 
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