 |
Lección 34 y 35 La Mansedumbre y la
Docilidad |
Curso: Las 54 virtudes
atacadas Autora y asesora del curso: Marta Arrechea Harriet de
Olivero Lección 34 y 35 La Mansedumbre y la Docilidad
LA MANSEDUMBRE
La
mansedumbre es la virtud “que tiene por objeto moderar la ira según la recta
razón”. (1)
Hija de la templanza, la mansedumbre nos modera los
arrebatos de cólera, de furia o de ira, que se levantarán sólo en los momentos
necesarios y en la medida debida. Nos permite canalizar nuestras pasiones e
impulsos, no para reprimirlos, sino para sacarles provecho, ayudándonos a vencer
la indignación y el enojo, (justo e injusto), y a soportar las molestias y
contrariedades con serenidad, otorgándonos suavidad en el trato.
La
mansedumbre no es una opción, sino que está mandado en el evangelio. Es el
control sobre sí mismo, es el cómo reaccionamos ante lo que nos violenta o nos
irrita. Manso es el que logra interiormente la paz, el que no se irrita
gratuitamente, el que se domina, que no se altera en forma desmedida ni se
descontrola aunque le sobren motivos para hacerlo. Toda la antigüedad educó en
las virtudes especialmente a los guerreros, que debían ser valientes, austeros,
leales, apuntando a una dimensión superior del hombre. Ya los paganos
reconocían la importancia de inculcar las virtudes para mejorar y elevar la
naturaleza humana. Moisés, por ejemplo, no era un hombre manso por
naturaleza, pero las escuelas militares de Egipto le habían enseñado a
dominarse. Aristóteles decía que la persona mansa, (que es la virtuosa), se
encuentra en medio de dos extremos igualmente viciosos. El “colérico”
(que se enoja por todo y no sabe ni puede medir sus acciones o sus palabras
debido al desorden y el desborde de su alma ofendida), y el “impasible”
(el que es incapaz de padecer ni bien ni mal, o todo le da igual). En su “Ética
a Nicómaco” Aristóteles ya decía: “Cualquiera puede enojarse. Eso es algo muy
sencillo. Pero enojarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el
momento oportuno, con el propósito justo y en el modo correcto, eso ciertamente
no resulta tan sencillo”.
Comúnmente se asocia a la mansedumbre con
la timidez, la debilidad y la falta de carácter, pero la mansedumbre no
significa debilidad, por más que esté adornada de bondad, paciencia y
comprensión. La mansedumbre es la virtud de los fuertes que saben dominarse en
aras de un bien mayor, los que saben soportar con paciencia las contrariedades y
tienen dominio de sí por sobre las pasiones desordenadas y los impulsos
violentos. Es una virtud muy importante que lima las asperezas cotidianas y
contribuye enormemente a la armonía y a la paz familiar. Tiene mucho de
paciencia y de fortaleza interior. El débil generalmente actúa con violencia
para que no se descubra su debilidad (fruto muchas veces de su inseguridad). El
débil llega a ser a veces duro y dominante con los débiles, pero cede ante los
poderosos y se enoja sin motivo para demostrar una fortaleza que no tiene. El
manso, al contrario, se domina, medita y frena sus reacciones hasta que el
autocontrol se hace hábito y por lo tanto virtud.
La mansedumbre es la
virtud de los pacíficos, que son valientes sin violencia, que son fuertes sin
ser duros. Los pacíficos son contrarios a la violencia innecesaria, a las
guerras injustas, a la agresividad como sistema de comunicación, a la brutalidad
y a la crueldad. Pero no son cobardes, es la fuerza apacible y serena de los que
logran dominar su temperamento y modelar su carácter y reaccionan sólo cuando
hace falta. Dicen que la música amansa a las fieras, pero no toda la música. La
paz se percibe al oír a Schubert y no a Wagner, que enardecía a las multitudes
nazis. La virtud de la mansedumbre debe estar en el justo término medio. Debiera
ser como una cumbre entre dos valles, como el punto culminante entre dos
precipicios: el de la cólera irascible y el de la sumisión servil.
La
virtud es un hábito y los hábitos no se logran sino con actos frecuentemente
reiterados. No basta abstenerse de acciones provocadas por la pasión de la ira
para tener mansedumbre: es preciso además repetir con frecuencia actos de esa
virtud en circunstancias propias para encender la ira. Huir del vicio es caminar
hacia la virtud, pero no es propiamente la virtud. No es nada del otro mundo que
alguien sea manso, sin que haya nada que lo irrite, ofenda o contradiga. Al
contrario, sería muy extraño que se mostrara áspero y enojadizo en cuanto se le
rodee de contemplaciones, cortesías y miramientos. Las abejas clavan el aguijón
a los que las irritan, pero son inofensivas para quienes, alrededor de la
colmena, procuran no alborotarlas. El gato esconde sus uñas para jugar con el
que le acaricia, pero hay que ver cómo se las enseña a los que lo
maltratan.
La mansedumbre se gana con la lucha diaria contra uno mismo.
“No digas “Es mi genio así... son cosas de mi carácter. Son cosas de tu falta de
carácter” nos recuerda Monseñor Escrivá de Balaguer en “Camino”. De ahí que haya
personas que parecen de carácter muy apacible mientras todos les llevan la
corriente, pero no bien se los contradice uno se da cuenta el fuego que hay
debajo de las cenizas. Por desgracia, los espíritus poco expertos en las cosas
de Dios no alcanzamos a entender esta verdad y ponemos la virtud en una calma y
serenidad sin escollos ni combates. Creemos que estamos bien cuando no hay
conflictos porque no los enfrentamos, lo cual es falso. Tal ignorancia es un
peligro serio y puede resultarnos funestísimo. Nos hace considerar como
obstáculo para la perfección lo que es un medio necesario, (probar nuestra
mansedumbre soportando los defectos del prójimo), y nos induce a faltas de
caridad por escandalizarnos de sus defectos. De ahí que: “No es extraño” dice
San Francisco de Sales “que un religioso sea manso y cometa pocas faltas cuando
nada hay que pueda enojarle o probar su paciencia. Cuando me dicen: “He aquí un
religioso santo, enseguida pregunto: ¿Ejerce algún cargo en la comunidad? Si me
responden negativamente, poco admiro semejante santidad, pues hay gran
diferencia entre la virtud de ese religioso y la del que haya sido probado, ora
interiormente por tentaciones, ora exteriormente por las contradicciones que se
le hacen aguantar.
La virtud sólida no se adquiere nunca en tiempos de
paz, mientras no hay contrariedad de las tentaciones”.
Esto, en la vida
cotidiana nos exige a esforzarnos en dominarnos y no montar en cólera si nuestro
hermano perdió (por primera vez y sin querer) las llaves de la moto, si nos sacó
la raqueta de tenis sin pedirnos permiso (porque teníamos el celular apagado),
si nos usó el buzo que más nos gusta (porque salió por primera vez con la chica
que le gustaba) y lo dejó en un auto ajeno, si nos contestó mal porque está
alterado y nervioso porque rendía al día siguiente una materia que le podía
costar el año.
Debemos ser mansos ante las ofensas hechas hacia nuestra
persona (si pensamos en sacar un bien mayor soportándolas). Ahora, si el
ofendido es Dios, Su Madre o la Iglesia, cabe la furia y el látigo. Podemos y
hasta debemos tener una santa ira cuando las ofensas van dirigidas a Dios. Ahí
no cabe la mansedumbre, ahí prima otra virtud, la virtud de piedad que
exige nuestro testimonio y nos obliga a salir en defensa de Dios como sus hijos
que somos. En algunas ocasiones, se impone la santa ira, y renunciar a ella en
estos casos sería faltar a la justicia o a la caridad, que son virtudes más
importantes que la mansedumbre. El mismo Cristo, modelo incomparable de
mansedumbre, arrojó con el látigo a los profanadores del Templo. Nuestro
Señor no perdió la virtud de la mansedumbre. Sólo manifestó las prioridades y lo
que la justicia exigía, defender ante todo los derechos de su Padre. La ira
a veces es necesaria para que, utilizada de manera conveniente, permita el
ejercicio de otras virtudes cristianas.
La tolerancia es un problema
intelectual. Surge de un planteo intelectual y moral. Es por el mandato de amar
al prójimo que toleramos sus defectos, como el prójimo está llamado a tolerar
los nuestros. En lo que no estoy de acuerdo, lo tolero. Nada de voces
intempestivas, de gritos desacompasados, de amenazas furibundas. En cambio la
mansedumbre hace que domine mi propio temperamento hasta un punto en que no
se note lo que me altera y lo que no. La mansedumbre controla nuestras
pasiones para encauzarlas oportunamente y bien. Lo que generalmente ocurre es
que es muy fácil equivocarse en discernir si los motivos de nuestra ira son
justos o si no lo son, y cuando nos habremos excedido. Nuestro Señor se
presentó como “manso y humilde de corazón” (Mateo 11,29) y más adelante
nos recuerda: “Bienaventurados los mansos porque ellos heredaran la
tierra” (Mateo 5, 4) lo cual nos marca este camino como necesario para
encontrar la paz del corazón. “Con sus apóstoles, Nuestro señor sufre sus mil
impertinencias, su ignorancia, su egoísmo, su incomprensión. Les instruye
gradualmente, sin exigirles demasiado pronto una perfección superior a sus
fuerzas. Les defiende de las acusaciones de los fariseos, pero les reprende
cuando tratan de apartarle los niños o cuando piden fuego del cielo para
castigar a un pueblo. Reprende a Pedro su ira en el huerto, pero le perdona
fácilmente su triple negación, que le hace reparar con tres manifestaciones de
amor. Les aconseja la mansedumbre para con todos, perdonar hasta setenta
veces siete (es decir, siempre), ser sencillos como palomas, corderos en medio
de lobos, devolver bien por mal, ofrecer la otra mejilla a quien les hiera en
una de ellas, dar su capa y su túnica antes que andar con pleitos y rogar por
los mismos que les persiguen y maldicen...” “Con las turbas, les habla con
dulzura y serenidad. No apaga la mecha que todavía humea, ni quiebra del todo la
caña ya cascada. Ofrece a todos el perdón y la paz, multiplica las parábolas de
la misericordia, bendice y acaricia a los niños, abre Su Corazón de par en par
para que encuentren en El alivio y reposo todos los que sufren, oprimidos por
las tribulaciones de la vida.
Con los pecadores, extrema hasta lo
increíble su dulzura y mansedumbre. Perdona en el acto a la Magdalena, a la
adúltera, a Zaqueo, a Mateo el publicano. A fuerza de bondad y delicadeza
convierte a la samaritana. Como Buen Pastor va en busca de la oveja extraviada y
se la pone gozoso sobre los hombros y hace al hijo pródigo una acogida tan
cordial que levanta la envidia de su hermano. No ha venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores a penitencia. Ofrece el perdón al mismo Judas, a
quien trata con el dulce nombre de amigo, perdona al buen ladrón y muere en lo
alto de la cruz perdonando y excusando a sus verdugos”. (2) En un espíritu
manso, apacible, tranquilo, calmo, sosegado, sin turbación moral, fruto de un
dominio interior, de una vida espiritual florecerá la serenidad. Esta
serenidad que debiéramos irradiar en nuestro trato con el prójimo, es fruto del
dominio y mortificación interior, de ser conscientes de sabernos en manos de
Dios y no de un destino ciego y caprichoso. A la mansedumbre y a la serenidad se
oponen la ira o iracundia, el espíritu indomable, el griterío, la blasfemia,
la injuria y la riña.
En nuestra sociedad moderna, la revolución
anticristiana ha impuesto adrede el desprecio por la mansedumbre y la serenidad.
Estas virtudes también han desaparecido en nuestra sociedad, que ya no cuenta
con Dios como eje de su vida. La subordinación a cualquier autoridad ha puesto
en su lugar un espíritu rebelde e indomable en todos los órdenes, con la
violencia y la insubordinación como la propuesta a seguir. Violencia en todas
las manifestaciones de la cultura. En la música, en el cine, en la pintura, en
la escultura, a través del culto de lo feo, de lo deforme, en contraposición a
Dios cuyo atributo es la Belleza. Violencia en la ambición exacerbada y
desmedida por tener. Violencia en las agresiones verbales de las conversaciones.
En el trato diario entre las personas, en los gestos, en los modos, en las poses
que tomamos hasta para vender un producto en una propaganda de una revista (en
cómo nos sentamos, caminamos o miramos). Hay una forma violenta hasta de mirar,
con desafío, insolente, una forma de sostener la mirada que es más una
provocación que simple curiosidad. El sabio consejo de bajar la vista (que nos
daban nuestros mayores en épocas más cristianas) no sólo nos protegía de ver
muchas veces lo que no debíamos, sino que nos evitaban de meternos en problemas
más serios. El sostener la mirada no sólo es un desafío sino que implica una
provocación “a más” Violencia es la forma agresiva de vestirnos o de
mostrarnos semidesnudos. Violencia son las injusticias diarias en todos los
órdenes de la vida. Este clima de violencia, sumado a nuestra falta de virtud en
general, nos lleva a una sociedad en donde la mansedumbre y la serenidad
brillan por su ausencia porque se nos presentan como carentes de
sentido.
Esta violencia está impuesta diabólicamente desde los dibujitos
animados para niños en donde todo es pelea, choque, agresividad y fealdad. El
cine, la televisión e internet (en gran parte al servicio de la revolución)
presentan a la juventud como héroes o modelos a seguir a personajes totalmente
opuestos a la mansedumbre y la serenidad. En su gran mayoría son histéricos,
excitados, descontrolados, que toman decisiones jamás calmos sino siempre
exacerbados, en situaciones límites y llenos de adrenalina. Todo esto es
enfermo, es lo opuesto de la actitud sana de la persona que toma las decisiones
como se debe con el juicio sereno, manso y
tranquilo.
Notas (1) “Teología de la perfección
cristiana”. Rvdo. P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág. 609. (2) “Teología de la
perfección cristiana”. Rvdo P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág
610.
LA
DOCILIDAD
La docilidad es la virtud que nos lleva a
hacer: “lo que se nos manda o aconseja tranquilamente sin violentarnos, ni
oponerle resistencia, y la que hace fácil que se nos enseñe. Es la
predisposición para aceptar las indicaciones que recibimos para encaminarnos
hacia el bien.”
La docilidad es hija de la prudencia y de la
humildad, porque la actitud dócil es la que está abierta al aprendizaje a
la corrección, al consejo, a aceptar que otros saben más que nosotros y que
pueden y deben enseñarnos y nosotros debemos dejarnos enseñar sin resistirnos
como fieras. La persona dócil no ofrece resistencia a aprender, a ser
aconsejada, a ser corregida. Más bien lo acepta con humildad e interés. La
docilidad hace que no nos altere que nos manden y, si entendemos esta virtud, el
acatar la autoridad en todos los órdenes no nos resultará tan áspero. El
entender nos aliviará, nos facilitará y nos suavizará el obedecer y el dejarnos
enseñar. Aún en el mundo de los seres inanimados como el de los materiales,
podemos hablar de materiales “dóciles” haciendo referencia a los que se
dejan trabajar, moldear, tallar, esculpir, (como la madera, el barro, la
arcilla), y los que no son fáciles y generan resistencia, (como la piedra y la
roca).
Pedir y escuchar un consejo a las personas capacitadas de darlo
es una actitud en la vida no sólo humilde sino inteligente. Achica el margen de
error en todos los órdenes. No tendremos que pagar tan altos precios por pensar
que siempre nuestro propio parecer es superior al del que sabe. Los adultos que
han vivido, y sobre todo si han vivido bien, siempre tendrán luces más largas
para divisar el camino a seguir que los jóvenes que generalmente utilizan sólo
luces cortas. Estarán en condiciones de aconsejarnos en las distintas decisiones
que habremos de ir tomando a medida que crezcamos. La carrera a seguir, el
trabajo a aceptar, el lugar donde habremos de comprar nuestra casa, el médico
que nos conviene por su seriedad académica. Siempre estaremos más iluminados por
el consejo de los que saben que por nuestra sola opinión Ser dócil a los ojos de
Dios es hacer fácil que se nos enseñe lo que es bueno o malo según Su Ley, y no
lo que a nosotros nos parece que la docilidad es. Dejarse enseñar sin rebeldía
en todos los órdenes, no sólo en los modos que pueden ser muy dóciles, sino en
nuestro interior, empezando por observar las simples leyes de la naturaleza. La
actitud de rebeldía, de soberbia, de rechazo, de autonomía, mal dispone a la
persona a ser enseñada, aconsejada y a escuchar.
Ser dócil es aceptar que
el profesor del deporte que practico me pueda corregir algún defecto, aunque yo
me haya destacado igual haciéndolo mal. Ser dócil es no empecinarnos en hacer el
campamento en un lugar inapropiado en el período de lluvias debajo del cartel
que nos indica “No acampar”. Aceptar que la bandera colorada que ha levantado el
guarda vidas me indica que el mar está peligroso, (aunque a mí me parezca que
está igual que siempre y que yo sé nadar muy bien). Aceptar que las hortensias
necesitan mayormente sombra y mucha agua, porque la verdad objetiva de la
floricultura nos enseña que es así, y no lo que a nosotros nos parece que es
bueno para esas flores. Si nos encaprichamos en contra de esa verdad,
(demostrada por años de experiencia), y las ponemos al rayo del sol todo el día
y las regamos solo de vez en cuando, simplemente se marchitarán.
La
ignorancia no es falta de docilidad, porque la ignorancia a veces puede ser
culpa nuestra y otras veces no. Lo mismo que ocurre con las hortensias y en
todos los ámbitos también ocurre con al alma humana y sus necesidades. La
naturaleza tiene sus leyes, aún para la persona humana. Si nos empecinamos en
llevarle la contra a lo sumo resistiremos un tiempo, porque tanto la naturaleza
como la naturaleza humana, a la corta o a la larga, nos pasarán la cuenta. Por
ejemplo, la Iglesia nos enseña que lo bueno para el hombre es cumplir con los
Mandamientos. Si somos dóciles a esta verdad y tratamos al menos de caminar
(sino en el camino al menos por la banquina) dejándonos guiar por ellos seremos
más felices que si los ignoramos continuamente e ignoramos adrede que existe
siquiera un rumbo a seguir.
La docilidad es fundamental en el mundo de la
docencia, en donde los alumnos deben tener la actitud abierta hacia la necesidad
de aprender. Antes que el maestro comience a enseñar el alumno debe ser
“enseñable”. El alumno dócil vuela en el aprendizaje. De la misma manera
que la condición para comer algo es que primero ese algo sea “comestible” y para
transitar por un lugar el camino primero tiene que ser “transitable”. Los
docentes necesitan frente a sí alumnos dóciles, educados, respetuosos para poder
empezar con su tarea.
Hoy la revolución anticristiana ha generado una
falta de autoridad, obediencia, respeto hacia la jerarquía del maestro o
profesor y disciplina en las aulas que hace imposible la enseñanza y los
resultados están a la vista. Escuchamos en los medios que los alumnos rompen a
patadas los calefactores para no tener calefacción y por ende no tener clases,
que a fin de año tiran los bancos por las ventanas del colegio y salvajadas
antinaturales por el estilo. De ahí que no sólo se hable de deserción escolar
por los alumnos, sino que son los profesores y maestros quienes abandonan sus
cursos por sentir que los alumnos que tienen adelante ya “no son
enseñables”. En nuestra Patria, sabemos que la violencia ha llegado a un
grado en que un alumno entró una mañana al curso y mató a mansalva a cinco de
sus compañeros de clase e hiriendo a otros tres mas con una pistola de 9 mm,
(como sucedió en el 2004 en Carmen de Patagones). Pero lo grave es que esta
violencia ya es antinatural. Está generada por la revolución para ser
utilizada con otros fines.
La revolución anticristiana ha cortado
adrede ese nexo que siempre existió entre el maestro o profesor que
enseña y el alumno que respetuosamente, reconociendo la superioridad de
conocimientos del profesor, aprende. La revolución lo fomenta para que el
alumno no reciba ni la cultura de generaciones anteriores, (y por lo tanto, al
no saber ni quien es ni de donde viene, ni su propia historia, no tenga ni
arraigo ni raíces que lo sostengan), ni desarrolle sus talentos y eso le genere
una frustración y una violencia que luego será “manejable”, con objetivos
políticos.
La destrucción de la lectro escritura también merece
unas palabras. Es destruir el idioma y su riqueza, el nivelar para abajo, el
minimizar el vocabulario, el sacar de circulación las mayúsculas y escribir todo
con minúsculas, todo forma parte del mismo plan. Incluso el sistema de cambiar
sistemáticamente todos los libros de texto todos los años que imposibilita a los
hermanos y familiares heredar y compartir los libros de colegio, con textos
incomprensibles para la mayoría de los padres tiene su explicación. Se trata
otra vez de cortar los lazos que unían a los padres que podían colaborar con sus
hijos en tareas y deberes escolares. Hoy esto es casi un imposible para la
mayoría de los padres por lo incomprensible y la falta de sentido común de los
textos. Aún en materias como matemáticas los adultos nos vemos imposibilitados
de ayudar.
Dócil fue Nuestro Señor Jesucristo a la voluntad de Su Padre.
Dócil fue la Santísima Virgen para aceptar su maternidad divina que no estaba en
sus planes. Dócil fue San José en seguir los dictados del ángel para salvar al
Niño Dios y a Su Madre y huir a Egipto. Dóciles han sido los santos a las
inspiraciones divinas y hemos visto los resultados. Dóciles tenemos que ser
nosotros para respetar los 10 Mandamientos, para aceptar los consejos de
nuestros padres y superiores que representan la voluntad de Dios, para obedecer
a los consejos de sacerdotes y directores espirituales (de buena doctrina) en
confesión, que nos ayudarán a transitar el mejor camino sin temor a
equivocarnos. Para dejarnos enseñar y corregir por nuestros padres, maestros,
hermanos mayores y buenos amigos que tan sólo estarán cumpliendo con nosotros
los consejos evangélicos de las obras espirituales de misericordia de
“corregir al que yerra” y de “enseñar al que no sabe”.
Es fácil
constatar que, en todos los ámbitos de la vida, y mucho más para crecer en la
vida espiritual y crecer en santidad, sin la docilidad es imposible que demos ni
tan siquiera un paso adelante en orden a nuestra santificación y mejora
personal. La revolución anticristiana ha impuesto el vicio opuesto a la
docilidad, la rebeldía como norma a seguir. Presenta al hombre como una vasija
llena que no tiene nada ya más que recibir en sabiduría de nada ni de nadie,
para que nadie se deje engañar por el que sabe, para que no se acepte la
cultura y la sabiduría heredada de siglos anteriores, para cortar lazos con todo
y con todos, empezando y terminando con el Divino Maestro que es Dios y de su
Iglesia, Madre y Maestra.
Ejercicio y tarea (para publicar en los foros del curso)
En relación a La mansedumbre
1. ¿Qué
es la virtud de la mansedumbre? ¿Por qué esta virtud no es opcional? 2. Es
una virtud que está adornada de bondad, paciencia y comprensión ¿Por qué se dice
que es la virtud de los fuertes? 3. ¿Cuáles son los frutos de la vivencia de
esta virtud? 4. ¿Cuál es la diferencia entre la tolerancia y la
mansedumbre? 5. ¿Cuáles son los vicios contrarios a esta virtud? 6.
¿Cuáles son los momentos en que te es más difícil y más sencillo vivir esta
virtud? 7. ¿Algún comentario o sugerencia?
En relación a La
Docilidad
1. ¿Qué significa ser dócil? 2. ¿Cuáles son las
características de una persona dócil? 3. ¿Por qué siendo una virtud abierta
al aprendizaje cuesta tanto vivirla? 4. ¿Qué sucedería si hoy se practicase
esta virtud (en la familia, en la escuela, en el trabajo, en los grupos
sociales)? 5. La rebeldía es la actitud contraria a esta virtud ¿Cuáles son
las consecuencias de este vicio en la familia, en las escuelas, en el trabajo,
en los grupos sociales? ¿Cuál es la influencia en tu vida personal? 6. ¿Algún
comentario o sugerencia?
Para
reflexión personal
1. ¿Vivo atento a hacer felices
a cuantos me rodea? ¿Aún cuando tenga que hacer algún sacrificio? ¿Si puedo
hacer algún favor de oculto lo hago? 2. ¿Cualquier actitud de los demás que
no concuerda con lo que me agrada, me desconcierta y enfada?¿Me irrita durante
muchos días y guardo rencor? 3. ¿Domino mi impaciencia? ¿Pierdo lo mejor de
mis energías y de mi tiempo en enojarme por pequeñas tonterías?¿ Se restar
importancia a las cosas?¿Domino la impaciencia y la ira, aún internamente, en
una enérgica decisión de equilibrio y entrega? ¿Me ejercito en el dominio
propio? ¿Soy constante en esto? 4. ¿Domino mi temperamento cuando practico
algún deporte o juego?¿Domino el deseo de revancha?¿Sé ganar con equilibrio?¿Sé
perder con nobleza?¿Tengo dominio en mis palabras?¿Y cuando compiten mis
hijos? 5. ¿Al obrar soy un apersona puramente temperamental, pasional?¿No hay
en mí una orientación superior de fe y de razón? 6. ¿Se dirigir mis pasiones
por el cauce del deber? ¿Me pongo con todas mis fuerzas y siempre a cumplir la
voluntad de Dios? 7. ¿Temo que se me corrija o se me critique?¿Acepto con
sencillez y humildad las correcciones o explicaciones de quienes son más
expertos que yo? 8. ¿Cuándo advierto que alguien me supera tengo la grandeza
de alma suficiente para alegrarme? ¿Cuándo veo que voy a ser pospuesto a otro lo
combato y empequeñezco ante los demás?¿O se reconocer la competencia del otro y
me abro a aprender con docilidad?
Si tienes alguna duda sobre el
tema puedes consultar a Marta Arrechea Harriet de Olivero en su consultorio
virtual
Consultorio virtual
Para ir a los foros del curso y
publicar tu tarea da click en el siguiente enlace
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario